Slavoj Zizek es, como saben, un pensador moderno, de
izquierda, importante en el debate ideológico actual. Le he tenido cierta
prevención, quizá prejuiciado por el metalenguaje sociológico que aleja en
lugar de acercar. Sin embargo, el librito que compré este fin de semana en
Rayuela (valga la cuña para la Librería más acogedora, interesante y “culta”
del Ecuador este rato): “En defensa de la intolerancia”, me reconcilia con su
pensamiento. Copio la introducción:
“La prensa liberal
nos bombardea a diario con la idea de que el mayor peligro de nuestra época es
el fundamentalismo intolerante (étnico, religioso, sexista…), y que el único
modo de reistir y poder derrotarlo consistiría en asumir una posición
Multicultural.
“Pero, ¿es realmente así? ¿Y si la forma habitual en que se
manifiesta la tolerancia multiculural no fuese, en última instancia, tan
inocente como se nos quiere hacer creer, por cuanto, tácitamente, acepta la
despolitización de la Economía?
“Esa forma hegemónica del muilticulturalismo se basa en la
tesis de que vivimos en un universo post-ideológico, en el que habríamos
superado esos viejos conflictos entre izquierda y derecha, que tantos problemas
causaron, y en el que las batallas más importantes serían aquellas que se
libran por conseguir reconocimiento de los diversos estilos de vida. Pero, ¿y
si este multiculturalismo despolitizado fuese precisamente la ideología del
actual capitalismo global?
“De ahí que crea necesario, en nuestros días, suministrar
una buena dosis de intolerancia, aunque sólo sea con el propósito de suscitar
esa pasión política que alimenta la discusión. Quizás, ha llegado el momento de
criticar desde la izquierda esa actitud dominante, ese multiculturalismo, y
apostar por la defensa de una renovada politización de la economía”.
COMENTO
Tengo para mí que el exceso de tolerancia, que no tiene nada
que ver con el respeto a las diferencias, nos ha llevado a eso que señala Zizek:
a una depolitización y desideologización en la que nadan como pez en el agua el
Capitalismo Salvaje y su hijo deforme el Neo liberalismo. Y, claro, sus
beneficiarios reales y, con nadadito de perro para no hundirse, los ingenuos o
aspirantes que creen que de la Mesa del Rico Epulón van a llover manjares
cuando lo único que cae son sobras.
Todos sabemos
que el capital no tiene patria ni nación ni fronteras ni límites. Su lealtad
está allí donde existe “seguridad jurídica” para su codicia. Donde haya mano de
obra barata o mísera. Donde las materias primas y los recursos naturales estén
a la mano sin control y sin dueño para explotarlos hasta el exterminio. Donde las
leyes sean laxas para que las utilidades crezcan hasta el borde aunque se les
derrame la copa: total, unas gotas que caigan sobre los miserables, los
apaciguan.
De modo que la idea de que hay que contemporizar con fundamentalismos, fanatismos y otros ismos, para no
caer en la xenofobia, la exclusión, el racismo, la intolerancia y demás taras, que lo son cuando se ejercen sin limites, nos ha llevado a abrirnos de
piernas al abuso, la intromisión, la cesión de los derechos y costumbres y
formas de vivir de unas culturas, en beneficio de otras que no llegan a participar
ni a construir sino a destruir y a remplazar las nuestras por las suyas.
Eso hicieron
en gran parte las culturas indígenas de América toda, al socaire de las
Pocahontas, las Malinches, los Felipillos y demás cómplices voluntarios o no
pero todos contemporizadores que creyeron ingenuamente que aceptar de buena
gana al invasor, los haría participar de los beneficios de la civilización europea.
Bueno, ya lo hicimos hace 500 años y no es hora de quejarse porque ya de nada
sirve. Pero hemos construido otra cultura sobre las ruinas de la anterior y los
nuevos muros levantados por el Conquistador. Y no hay manera de regresar al
Tahuantinsuyo. Esta de hoy es la nueva realidad que estamos apunto de
sacrificar en aras de la aceptación “pacifica” de los nuevos invasores. Que no
será pacífica cuando se adueñen del espacio al que les dejamos entrar sin
preguntar si vienen a construir con nosotros o a imponer lo suyo destruyendo lo
nuestro. Y esos invasores no sólo vienen tras la Media Luna sino,
principalmente, tras las barras y las estrellas.
Nuestras
costumbres son tan buenas o tan malas como las de los nuevos conquistadores.
Pero son las nuestras. Y quien quiera venir, que las asimile y las comparta,
sin perjuicio de que mantenga las suyas en su propio terreno. No debemos
impedirlo ni tampoco obligarlos a adoptar las nuestras. Pero sí a respetarlas y
a compartirlas porque son las del dueño de casa.
Ese exceso de
multiculturalismo, que no es aceptación respetuosa de las minorías sino la
imposición de ellas por sobre el interés y el bienestar mayoritarios, son las
lluvias que nos han traído estos lodos de violencia disfrazada de
reivindicaciones que ya existen y de exigencias absurdas que van en contra de sus
propias conquistas. El respeto y la justicia igualitaria en derechos REALES a
la mujer, por ejemplo, no pasa por el feminazismo intolerante que convierte al
hombre en enemigo y al lenguaje en lodazal inextricable; la aceptación de la
diversidad de géneros y la igualdad de derechos para la importante y numerosa
comunidad homosexual, no significa contaminación alguna para los heterosexuales
abusivamente autollamados “normales”, como creen los fanáticos negadores de la
Libertad de Opciones Sexuales; el rechazo al terrorismo donde quiera que se presente,
no exige rechazo igual al que piensa distinto ni al que opta por otros caminos
y defiende sus decisiones con las armas del pensamiento y la palabra.
Esa moda
inane y espuria de la “neutralidad”, del “yo no soy político ni me meto en
política”, del “no soy de izquierda ni de derecha porque soy librepensador”, lo
único que hace es hacerle el juego a una derecha capitalista que se afirma
justamente sobre la ignorancia o la irresponsabilidad de los que se declaran
neutrales y no toman partido por nada para que no se afecte su mediocre
“estabilidad” que es más bien su precaria comodidad egoísta. Es más respetable,
pienso, la posición del propietario de capital y de medios de producción pues
en últimas defiende lo suyo, heredado, trabajado o conquistado como sea que haya
sido, que la del que se cuelga del aire esperando a caer para arriba.
Ni la tonta
tolerancia es respeto ni la aceptación del abuso es bondad. Un poco de Intolerancia
con el invasor, nos debería motivar si queremos sobrevivir a la crisis económica
y humana que vivimos. Como decía ayer sábado
la dueña la Librería Rayuela, el sinónimo de Bueno no puede ser Cojudo. Es Justo
y es Respetuoso. Nada más pero nada menos.
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