domingo, 31 de julio de 2011

El Gran Diseño, de S. Hawking


Un libro interdicto por estos días un tanto ridículos del Pastor Jones, el quemalibros de la Iglesia Pentecostal de la Florida, es The Grand Design, de Sthepen Hawking, el científico inglés a quien lecturas mal digeridas de sus libros anteriores le hacen “reconocer” la existencia de un ser superior, creador del Universo y de las especies, criaturas y cosas existentes. De tales “interpretaciones” han sufrido desde Charles Darwin, a quien una monja que lo visitó, sola, en su lecho de muerte, le endilgó un último arrepentimiento de su Teoría de la Evolución y su vuelta al Creacionismo, hasta Bertrand Russell, quien volvió al redil cristiano ante la proximidad de la muerte, al decir de alguna entusiasta creyente que le oyó decir lo que nunca dijo. Cosa frecuente en la historia de los arrepentimientos tardíos que la Iglesia tolera y auspicia y los creyentes inventan con desparpajo.

Suelen algunos pensadores, filósofos y científicos “reconocer” la existencia de un Dios Creador o Diseñador, ya por no enemistarse con las jerarquías religiosas, ora por no perder becas, contribuciones y auspicios a su “improductivo” trabajo, la mayoría de las veces por cobarde actitud políticamente correcta. No es poco el poder político y económico de las religiones en el mundo, sobre todo de las monoteístas, cada una de ellas administradora o vocera del “verdadero Dios” y, claro, propietaria de la única verdad. Lo dice la Biblia, lo dice el Corán y seguramente lo dice la Torá, que no he leído pero que se les parece y origina.

Pero hay otros científicos, honestos consigo mismos, que no aceptan dioses ni creadores ad hoc, sino que confían en las fuerzas de la naturaleza para buscar allí explicaciones y respuestas. Uno de ellos fue Carl Sagan, a quien por cierto le insistieron centenares de creyentes para que se arrepintiera de su incredulidad y accediera al paraíso, cuando estaba en su lecho de muerte a causa de la terrible enfermedad que lo aquejó en los últimos años de su vida. El científico, consecuente hasta el final, declinó la gentil invitación a pesar de ruegos, rezos y plegarias.

Lo recuerdo aquí porque Sagan, en la Introducción que escribiera en 1988 para la primera edición de Breve Historia del Tiempo. Del Big Bang a los Agujeros Negros, de Stephen Hawking, dijo lo siguiente: “La palabra Dios llena estas páginas. Hawking se embarca en busca de respuesta a la famosa pregunta de Einstein sobre si Dios tuvo alguna posibilidad de elegir al crear el Universo. Hawking intenta, como él mismo señala, comprender el pensamiento de Dios. Y eso hace que sea totalmente inesperada la conclusión de su esfuerzo, al menos hasta ahora: un universo sin un borde espacial, sin principio ni final en el tiempo, y sin lugar para un Creador”.

Por cierto, Einstein ha sido otro sabio interesadamente mal interpretado. Sobre todo su famosa frase: “Dios no juega a los dados con el Universo”, que entraña en sí misma la negación de Dios puesto que implica que el Universo es, justamente, un tablero para el juego del azar, no importa que evolucione mediante leyes físicas inmutables. Lo azaroso es la aplicación indiscriminada e imparcial de esas leyes.

Motivado por la reciente polémica inducida por el último libro de Hawking, The Grand Design, he vuelto a las páginas de aquella Breve historia del tiempo. Libro que Hawking trató de escribir –y lo consiguió– en un lenguaje al alcance del lego en los intríngulis de la ciencia. Lo hice con el útil complemento de otro libro asaz interesante: Antes del Big Bang, de Martin Bojowald, joven científico alemán que postula una interesante teoría: un universo anterior al Big Bang, lo que nos lleva a otra más interesante posibilidad, ya esbozada por la física de los agujeros negros: que estos contienen otros universos paralelos, subsumidos por su capacidad para absorber galaxias, estrellas y planetas que caigan dentro del campo de su enorme fuerza gravitacional, hasta ahora indescifrable. Pero en camino de serlo algún día quizás no lejano. Pues si hay algo infinito es la curiosidad del ser humano. Bueno, y su estupidez, para recordar de nuevo a Einstein.

La idea de la existencia de dioses creadores origen del universo está en el centro de todas las religiones y mitologías. Para lo que importa en esta nota, es la idea del dios de las grandes religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islamismo, el objeto de fe de teólogos, místicos y creyentes. Siendo tales religiones, como se proclaman a sí mismas cada una, las únicas verdaderas, se colige que las demás son falsas y sus dioses inexistentes o espurios.

Ese Dios uno y trino, según el Catolicismo, experto en ponerse trampas a sí mismo, es también omnipotente, omnisciente y omnipresente, para no mencionar su infinita bondad, algo bastante discutible a la luz de los hechos que ordena realizar en su calidad de Todopoderoso, según la Biblia, y que son irrelevantes para el caso. Es decir, es ese Dios creador de todo cuanto existe, de los cielos y de la tierra, del universo entero, como dicen los tres libros de las tres religiones principales, palabras más, palabras menos, el que nos interesa.

Esa idea de Dios, sucintamente expuesta de acuerdo con los textos sagrados, sólo es posible y tiene sentido por la fe. Es decir, tiene posibilidad de existencia virtual si se cree a pie juntillas en el Génesis y en la Creación. El argumento de que las palabras del Libro no han de tomarse de manera literal porque el autor (¿no es, acaso, Dios mismo?) le da a los famosos seis días un sentido metafórico, es buscar un subterfugio para convencer mentes dudosas un tanto débiles y susceptibles. El Dios judeo-cristiano-islamita sólo tiene entidad mental posible al amparo del Creacionismo.

Y el Creacionismo postula un mundo perfecto en el que ese Dios, también perfecto, hizo todo el trabajo (en el supuesto de que Dios trabaje) en seis días y descansó uno. Que haya creado las plantas y las hierbas y los animales antes de crear el sol que posibilita la fotosíntesis, es algo que parece no preocupar a los teólogos. En suma, ese Dios omnipotente sólo se explica adhiriendo al dogma de la creación. No hay salida distinta si se quiere aceptar la idea de un Dios creador del Universo.
La apuesta por el Creacionismo, bastante cercana a la cobarde apuesta de Pascal, “Por si acaso”, es tan válida como la opción por la Evolución. Pero quien la admita y acoja ha de atenerse a sus exigencias: no preguntar, no abrir los ojos, negar la realidad. En suma, Creer. Así, sin más. Es lo honesto. Cualquier condición que se quiera argüir es tramposa.

Pero sucede que el Universo no es el que proponen la Biblia, la Torah o el Corán, cosa comprobada de manera fehaciente por la ciencia a través de dataciones tan precisas como es posible, y de la razón, a pesar de las señoras Palin y los pastores Jones y la larga lista de teólogos y Papas que en la historia han sido. Días más días menos, el Universo tiene entre 13 mil y 15 mil millones de años mal contados desde el primer segundo que siguió a aquél Big Bang originario, hoy también en discusión justamente porque la ciencia, al contrario de la fe, siempre está en discusión. La vida en el planeta tierra data de unos cuatro o cinco mil millones desde las primeras bacterias, origen de la vida en todas sus manifestaciones. La presencia del ser humano aún no sapiens pero sí erectus no va más allá de los cuatro millones de años, en todo caso bastantes más de los casi seis mil años que presupone el Génesis y aseguran las Palin de todo pelambre.

En ese largo período el universo se ha ajustado a sí mismo incontables veces mediante cataclismos indecibles, inundaciones continentales, eras de hielo y largas épocas de sequía. Ha sido, pues, un universo en constante evolución y cambio, estabilización y perfeccionamiento. Cosas estas últimas que aún no se alcanzan pues los volcanes siguen rugiendo, los continentes derivando, las placas tectónicas chocando, en fin, modificando todos a una el planeta. Es decir, un universo imperfecto que incluso ha visto desaparecer al 95 por ciento de las especies animales y vegetales que han surgido desde el origen de la vida, merced a modificaciones, mutaciones y cambos climáticos y geológicos varios. El caso más conocido es la desaparición de los dinosaurios y los grandes mamíferos hace unos 70 millones de años, a causa de un meteorito errático, desperdigado por el espacio, que en mala o buena hora dio de manos a boca con un planeta estorboso, lleno de criaturas escalofriantes.

Un Universo casi en gestación o, en todo caso, en evolución permanente, imperfecto a más no poder, ¿puede ser obra de un Dios Omnipotente? No, porque aquella imperfección niega esta omnipotencia. Si se sigue ajustando y perfeccionando es porque no quedó bien diseñado y está peor construido. Porque la naturaleza es caótica e impredecible, al contrario de Dios, perfecto y omnipotente. Las especies desaparecidas, ¿quedaron mal hechas? ¿Hubo que rectificar decenas de veces esa obra imperfecta? ¿Dónde la omnipotencia? Un Dios perfecto no requiere de ensayos previos. A no ser que sea, además de omnipotente, un bromista de marca mayor.

Hay quienes, a pesar de Galileo y Newton, de Mendel y Russell, de Darwin, Dawkins y Hawking, precisan creer en un hacedor de todo lo existente, aunque haya tenido que rectificar muchas veces el edificio por alguna falla en los cálculos. Sin embargo, tal como lo sugieren los libros de Hawking, en especial The Grand Design, las respuestas a las preguntas por el origen del Universo y de la vida, están allí, en la naturaleza misma. Es cosa de ir buscándolas poco a poco, sin prisa y sin pausa, sin esperar milagros repentinos sino logrando avances parsimoniosos. Dudando e investigando. Ese es el camino del conocimiento: lento y tortuoso. Otro es el de la fe: inmediato y fácil; basta creer lo que no vemos porque Dios lo ha revelado… Y en aras del derecho a creer y del derecho a la libertad de pensamiento, cada quien tiene la posibilidad de elegir en qué o en quién deposita su confianza.

viernes, 29 de julio de 2011

Periodismo sucio

Quien busca, encuentra.

Es lo que acaba de ocurrirle al magnate de los medios, Rupert Murdoch, nacionalizado estadounidense cuando adquirió allí varios canales de televisión, y por comprensible gentileza del entonces Presidente Reagan. De Murdoch dijo Michael Wolf, su último biógrafo, con precisión no del todo inocente: “es un propietario de diarios de la vieja escuela, un defensor de la libertad de prensa, sobre todo para los propietarios de la prensa”. Más o menos el paradigma de la SIP.

Su diario bandera en Inglaterra, News of the World, competía en amarillismo y falta de escrúpulos con sus tabloides sensacionalistas The Sun y The Mirror. Pero llegó demasiado lejos: espionaje telefónico a la familia real, a personajes notorios y a víctimas comunes, para atizar las llamas del escándalo y la maledicencia. Pero alguien tuvo los escrúpulos que le faltan al magnate y contó a la prensa seria las artimañas del empresario y de Rebekah Brooks, su Editora y protegida, para aumentar la tirada de sus diarios.

Entonces actuó la justicia inglesa, a la que nadie acusaría de atentar contra la libertad de expresión, y los 168 años de historia del diario londinense fueron a la basura a causa de su irresponsable periodismo, y a buena cuenta de una legislación que no perdona los delitos ni las argucias ilegales para obtener información de manera dolosa y anti profesional. Como es natural en un periodismo serio y en una nación seria, no hubo “espíritu de cuerpo” al que pudieran acudir los irresponsables comunicadores, y el magnate tuvo que clausurar el semanario y declarar en la Cámara de los Comunes, y la Editora renunciar salpicada de su propio lodo. Y en los EE UU empieza la reacción contra Murdoch y su imperio mediático.

El ejemplo de entrecasa es también aleccionador. El Presidente ganó en primera instancia su demanda contra el editorialista Palacios y El Universo, por haber escrito el uno y publicado el otro, esta perla de injuria calumniosa e irrespeto a la máxima autoridad de la Nación: “El Dictador debería recordar, por último, y esto es muy importante, que con el indulto, en el futuro, un nuevo presidente, quizás enemigo suyo, podría llevarlo ante una corte penal por haber ordenado fuego a discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente inocente. Los delitos de lesa humanidad, que no lo olvide, no prescriben”.

No se acusa de genocidio a nadie sin pruebas en la mano, y menos a quien es, guste o no, el Presidente de la República, sin enfrentar consecuencias legales. Esas que se invocan pero se desconocen por “espíritu de cuerpo”. Calumnia es calumnia en Inglaterra, en China, en Cafarnaún y en el Ecuador. Que fue exagerada la demanda del ciudadano Correa para sentar un precedente, apresurado el dictamen judicial e irregular la sentencia, es muy posible. Así como que hay cosas que no cuadran en el gobierno (Mincultura, por ejemplo), que ya comentaremos. Pero una cosa es criticar lo criticable y equivocado y otra distinta la injuria calumniosa con agravantes de irrespeto. El delito de calumnia existió pues el comentarista lanzó una acusación sin pruebas y se negó a rectificar.

Adendum: 1) A nuestro periodismo le estaban haciendo falta algunas renuncias y una lección. Una cosa son editorialistas y entrevistadores y otra muy distinta calumniadores de oficio (recordar el caso Samán) y acosadores mediáticos que perjudican a sus canales por odio, por vanidosa petulancia o por complejos estúpidos. 2) Ofrecer al Presidente, como lo hizo El Universo, que escriba una rectificación que graciosamente sería publicada, es concesión ridícula, irrespetuosa y fuera de lógica. Diario y columnista han debido tener la decencia y el profesionalismo de reconocer su error y rectificar. Les pudo el odio y la soberbia. 3) Cierto periodismo, tanto en la esfera privada como en la pública, se ha convertido en acusador, juez, testigo y verdugo. Y eso no es periodismo: es política.