domingo, 26 de julio de 2015

El Chuzalongo…

La leyenda campesina del Chuzalongo me fue mencionada hace algunos años por un amigo conocedor de mi afición de caminador de páramos, montañas, selvas y andurriales varios, cuando me preparaba para subir a Oyacachi, allá en lo alto de la cordillera oriental, casi asomándose a las selváticas planicies amazónicas.
La idea era acampar en la parte alta del viejo camino a Papallacta, por donde ya casi no transitan autos y en cuyos riscos de rato en rato es posible avizorar un cóndor en vuelo al Antizana, o algún curiquingue tras un conejo despistado.
Me dijo, en broma, claro, que en la solitaria acampada tuviera cuidado con el Chuzalongo… “personaje fantasmal que acostumbra asaltar, violar y matar viajeros solitarios”, según su terrible admonición.
Acampé al lado de un matorral de pumamaquis… dispuesto a defenderme de lo que fuera. Pero el Chuzalongo no llegó en toda la larga y fría noche paramuna.
Pasados unos meses y con la idea de recoger algunas leyendas populares para irlas desgranando en esta revista, hallé que el Chuzalongo se aparece tanto en las cumbres de la Sierra Central, como en las estribaciones manabas de la cordillera Chongón Colonche. Me sedujo más, por su cariz romántico, la versión de las alturas chimboracenses, que anoto enseguida.

La leyenda circula en las comunidades serranas que bordean el majestuoso Chimborazo. Y asegura que, cierta vez, una joven campesina indígena salió de su rancho camino al páramo, a cumplir la orden del abuelo: quemar la paja de las alturas para que la ceniza abonara los nuevos retoños y el ganado tuviese alimento tierno y jugoso.
Al llegar a las alturas en donde el frío paramuno aprieta, y ovejas y borregos acuden a triscar la hierba, se encontró sola entre pajonales ondeantes, cóndores y curiquingues oteadores, conejos asustados y un frío de afilados colmillos. Quiso hacer un fuego que calentara la noche que llegaba, y tomó algunas pajas secas que amontonó y rodeó de piedras. Buscó en su shigra los infaltables fósforos del campesino prevenido, y trató de encender la precaria fogata.
A su alrededor, el silbido del viento helado que recorría farallones y quebradas, rompía el profundo silencio del páramo. Fue entonces cuando sintió que algo –o alguien– tocaba su hombro. Miró hacia atrás pero no vio nada ni a nadie, de modo que pensó si alguna rama pequeña arrastrada por el viento, la habría golpeado. Al querer continuar con su tarea de prender el fuego, volvió la vista al frente y sus ojos se toparon con un hombrecillo pequeño, shigra al hombro, poncho de lana y enorme sombrero, que le dijo: “No quemes la Pachamama”.
El menudo personaje continuó hablándole un buen rato como nadie lo había hecho nunca. Ganó tanto su confianza que la chica olvidó el encargo de quemar la paja y se abandonó a la charla hipnótica del hombrecillo. En lo alto, las estrellas de la noche paramera encendieron su brillo, y poco a poco, a medida que pasaban las horas y la joven se dejaba enredar en la charla del enano, se fueron apagando lentamente…
Abajo, en la choza, los padres notaron su ausencia en la madrugada, y alarmados subieron cuestas, remontaron colinas, traspasaron hondonadas, buscando a la hija tan misteriosamente desaparecida sin dejar rastro. Ni una seña siquiera de que los pajonales hubieran sido quemados, ni una huella de los pies de la joven en la paja húmeda, ni una pista de su labor o de su presencia. Regresaron a la choza y bajaron al pueblo preguntando por ella. Nadie la había visto, así que volvieron a la choza con algunos vecinos para subir a quemar el pajonal y buscar de nuevo alguna señal de la muchacha. En esas estaban cuando apareció por el camino, con sonrisa radiante y una mirada de fuego en los ojos oscuros. Y contó.
Contó que un enano conversón y simpático la había entretenido con su charla, la había convencido de pasar con él la noche tendidos sobre la paja, y la había hecho feliz repetidas veces con su miembro descomunal. No le creyeron. Pensaron que algún mozo de la vecindad la había conquistado y la presionaron para que confesara el nombre del fulano, y exigirle que se responsabilizara de sus actos, casándose con la muchacha. Pero ella se mantuvo en sus trece: fue el enano charlón y me hizo feliz…
Furiosos y compungidos, sus padres la ortigaron, la bañaron en agua helada y la encerraron en la choza mientras subían al pajonal a cumplir con el encargo que no había satisfecho la joven.
El tiempo lento de la serranía fue pasando día tras día, mes tras mes, mientras las siembras germinaban y se acercaba la cosecha. Al paso, el vientre de la muchacha aumentaba, redondo y prominente. Los padres y familiares la urgieron a confesar el autor del embarazo, pero la chica persistía en su versión fantasmal. Y empezaron a presentir que en verdad algo malo había ocurrido en las alturas y entre los pajonales.
Mientras tanto, el vientre de la muchacha indicaba que una criatura estaba por llegar al rancho. Y una noche, una sombra pequeña con un gran sombrero en la cabeza, cruzó la ventana y se alejó por la pared. Asustados, corrieron padre y madre hacia el cuarto de la hija… Había desaparecido. Sólo quedaba la cama revuelta y la manta de piel de borrego recogida en el suelo.
El abuelo, que hasta entonces había permanecido en silencio los meses transcurridos desde el lejano incidente en los pajonales, dijo con lenta voz de anciano conocedor de los misterios de la montaña: Fue el Chuzalongo…
Jamás volvió nadie a ver a la muchacha… y sus padres nunca la mencionaron de nuevo ni siquiera entre ellos…
Pero el recuerdo de la sombra perfilada en la ventana, les anunciaba cada noche el destino de la hija a quien el hombrecillo del gran sombrero y el miembro descomunal, había hecho feliz –y madre– en una noche de páramo, conversa y viento helado… Y amor.

lunes, 20 de julio de 2015

¿A qué vino Francisco?

¿Quién es en realidad el Papa Francisco, antes Arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio, y cuáles las razones de su visita a la América Latina?
Supongamos que el Papa argentino que estuvo entre nosotros del 5 al 12 de julio, aún fuera quien fue en la diócesis de Buenos Aires: El Arzobispo Jorge Mario Bergoglio. Y que hubiese elegido un nombre cualquiera, excepto Francisco. Digamos, Jorge… O Juan Pablo, o Pío, tan socorrido por los pontífices. Entonces, creo, el Papa no habría visitado Ecuador, Bolivia y Paraguay. Intuyo que sí México, Perú, Colombia, tal vez Chile y, por cierto, Paraguay también. Periplo evangelizador y político más acorde con el prelado Jorge que calló ante los crímenes de la dictadura argentina; que fue cómplice por omisión y silencio ante el secuestro de recién nacidos de mujeres embarazadas, torturadas y asesinadas durante los años de terror; que dejó en manos de la dictadura a los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics en 1976, luego de presionarlos para que abandonasen la Compañía; en fin, el Jorge Mario que rechazó y llamó creyentes a agredir la exposición del artista León Ferrari en el Centro Cultural La Recoleta, en 2004. Ese Jorge I, o Juan Pablo III, o Pío XIII, hubiera regresado al Vaticano desde Santiago, no desde Asunción.
Y no recuerdo las actitudes de Jorge Mario Bergoglio por demeritar la personalidad del Papa ni por reactualizar su pasado. Aunque ese pasado reaccionario y cercano a los regímenes del terror en su país no sea remoto. Es relativamente reciente. Pero es pasado. Me explico: Jorge Mario Bergoglio, ya no es más. Ahora es Francisco. Algo pasó en esos años transcurridos entre el repudio a la exposición de Ferrari en 2004, y el Papa que asumió con el sorprendente nombre de Francisco el 13 de marzo de 2013. Sorprendente porque ni siquiera agregó el numeral que le correspondía, Francisco I, según costumbre pontificia.
¿Por qué ese gesto quizá humilde? ¿Para parecerse algo más al Poverello de Asís, pues ya anidaba en él la idea de mirar, de verdad, hacia los pobres, esos pobres que la Iglesia había tenido apenas como sujetos de catequización y objetos de caridad, pero nunca, o casi nunca –Juan XXIII–, como preocupación práctica de su labor eclesial? ¿Por un acto de vanidad pues no quería un Francisco II en el futuro? Me inclino por lo primero. Y por pensar que, al asumir el papado como Francisco, el Cardenal Bergoglio enterró a Jorge Mario.
Ahora, ¿por qué ese cambio evidente del Jorge Mario silencioso ante la dictadura, del alto dirigente jesuita, más reflexivo y pensador que práctico, y del Arzobispo coadjutor de Buenos Aires, titular desde 1998 por muerte del Arzobispo actuante? Es posible que, como autoridad eclesial, Jorge Mario Bergoglio, hombre sencillo y modesto –quizás no humilde–, haya tomado contacto más cercano y profundo con su grey bonaerense. Con el pueblo marginado de la Gran Capital.
Sin embargo del oscuro episodio de la entrega, tortura y excarcelación posterior de los jesuitas Yorio y Jalics en 1976, Bergoglio, ya para 2005 y como Presidente de la Conferencia Episcopal, ordenó la investigación del asesinato de los seis integrantes de la Sociedad Civil Apostólica, crimen perpetrado por el régimen militar. Este hecho, y su paulatino acercamiento al pueblo de las Villas miseria de Buenos Aires, en las cuales incrementó el número de sacerdotes, llamados “curas villeros”, debieron ponerlo en contacto real con la pobreza de esos años de crisis económica y elevada inflación, ese impuesto a los pobres que suele enriquecer más a los grandes empresarios capitalistas.
Vale recordar que, como estudiante, a fines de los años sesentas, estuvo vinculado a la Filosofía de la Liberación del teólogo jesuita Juan Carlos Scannone, rama argentina independiente de la Teología de la Liberación que por esos años circulaba por América Latina al impulso del Concilio Vaticano II. Y que, ya como obispo de Bs.As., Jorge Mario Bergoglio procuró el diálogo con otras religiones y propició una tarea pastoral en los barrios marginales, apoyándose incluso en colectivos sociales no católicos, en un gesto de ecumenismo que reforzaría los sectores progresistas de la Iglesia, y ejerciendo su actividad pastoral entre los marginados de la sociedad, incluso con sectores de la delincuencia y la prostitución. Eso, y su sencillez de hábitos de vida, su insistencia en no utilizar para visitar los barrios el transporte privado sino el autobús general, y una simpatía personal que lo llevó incluso a reconocer su amor por el fútbol, deporte popular por excelencia, le fue haciendo ganar, despacio pero con convicción, el título de “Obispo de los pobres”.
Con tales antecedentes pre papales, el nombre elegido por Jorge Mario Bergoglio, Francisco, para dirigir como Papa una Iglesia que con Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger había deshecho los últimos vínculos con la Teología de la Liberación, denostada y marginada por ambos pontífices, tuvo justificación ideológica, política y eclesiástica, y el nuevo Papa una misión que justificara el nombre escogido: volver a mirar hacia los pobres y los marginados, recoger los retazos del Vaticano II, enfrentar la competencia de las numerosas sectas protestantes que, ante el retroceso de la Iglesia entre las masas populares, habían no sólo proliferado sino incrementado su poder y su influencia. Es decir, en su nuevo pensamiento socialmente progresista y avanzado, recuperar la Verdadera Iglesia de Cristo: la de los pobres…
Al margen de que se crea en uno o varios dioses, o de que se tenga fe en una creencia esotérica como lo son todas las religiones, o de que se haya uno decantado por el agnosticismo o el ateísmo por decisión individual al amparo de lecturas, investigaciones y análisis alejados de cualquier esnobismo seudo ilustrado, nadie puede negar la enorme influencia que ha tenido el Cristianismo en la construcción de la Cultura Occidental desde cuando, supuestamente, Jesús dijo a sus discípulos: “id por el mundo y llevad del evangelio a todos los hombres”.
Muchas veces para bien, sobre todo en aspectos que tienen que ver más con la moral y las virtudes personales que con los avatares de la vida diaria, y otras muchas para mal desde los conocidos hechos de la expansión violenta de la fe cristiana por los 4 puntos cardinales, con la cruz como avanzada apaciguadora de la espada de la conquista; o desde los crímenes de las Cruzadas y la Inquisición; o desde la marginación de la mujer, la intolerancia con los sexualmente diferentes, su cercanía, desde Constantino en el Siglo IV, con los poderosos del mundo, su complicidad –con excepciones– con el nazismo y el fascismo, y desde su apego a las riquezas terrenales y sus entendimientos nada claros con las mafias y la especulación financiera internacional, lo cierto es que el Cristianismo tiene mucho que ver con ese edificio a medio hacer que hoy llamamos, con mucho de injustificada suficiencia, Civilización Occidental.

¿A qué vino Francisco?
         Como Jefe máximo de una institución religiosa que no tiene empleados ni socios sino fieles creyentes en sus dogmas, el Papa realiza entre su grey una labor apostólica, evangelizadora y aglutinante. Y, para la Iglesia, necesaria. El ser humano es frágil en sus convicciones, y cuando ellas dependen de que el milagro se realice o no, suele evadirse a otras opciones que, al menos, le aseguren la esperanza desde la caridad o desde el lavado de cerebro.
Es por eso que las sectas protestantes, decenas de ellas porque proliferan como moscas en la miel dado el suculento negocio de la fe, se han adueñado, a instancias de la creativa publicidad en que son expertos los mercaderes de lo que sea en los EEUU, de gran parte de las masas creyentes de América Latina. Su ritualidad, más humana, moderna y pedestre que elitista, ceremoniosa y anticuada, ha logrado inficionar las mentes ignaras e ingenuas de una población mal educada, analfabeta en alta proporción, proclive a creer en cualquier sofisma o esoterismo que le prodigue esperanzas.
En términos comerciales, irreverentes pero exactos, la Iglesia Católica ha perdido clientela en los últimos 30 años, a pasos agigantados. Y si el Papa tiene un compromiso con su Institución, es ese justamente: recuperar a los creyentes emigrados a otros cultos, y evangelizar y reacristianar a las masas nativas jóvenes. Pues son más susceptibles a la evangelización protestante las comunidades indígenas, por cuanto sienten reacción ancestral contra el catolicismo conquistador. No en vano vino a países pobres de alta población indígena como Ecuador, Bolivia y Paraguay, otrora casi tan católicos como Colombia, Chile o Argentina.
Así pues, la pregunta es válida: ¿A qué vino Francisco? ¿Sólo a recuperar fieles emigrados, a reconquistar el mundo indígena, a “untarse” de pueblo para competir con alguna ventaja con los credos protestantes? No parece, por sus discursos en todos los países en los que estuvo.
Tampoco vino exclusivamente a “a felicitar al presidente Correa”, como lo sugirió con mal disimulada e hipócrita sorna, con sarcasmo, esa excrecencia innoble de retorcida retórica que algunos quieren vender a los desprevenidos como fina ironía, uno de los “analistas” más socorridos por la oposición, en un intento fallido por descalificar y desconocer la cercanía del Papa Francisco con los postulados de un proceso político de cambio que en mucho concuerda con su pensamiento. Analista que, en burda exhibición de prepotente autosuficiencia, llega hasta negarle a un colega, José Levy, de CNN, la posibilidad de que algo conozca de la realidad ecuatoriana. Justamente el personaje que más exhibe con profuso aporte de citas y nombres ilustres su vastísimo y profundo conocimiento de la realidad mundial, le niega a su colega la posibilidad de, al menos, haberse documentado para entrevistar al Presidente sobre la gira papal. ¿Tiene el monopolio de la información, del conocimiento de la historia, de la sabiduría y de la capacidad de comprensión y análisis para afirmar muy suelto de lengua que el periodista de CNN, “sin conocer lo que sucede en Ecuador, se expuso a beber sin pausa en la mayor fuente productora de discursos del país”? Se requiere una egolatría de alto nivel, aparte de una gran dosis de deslealtad profesional, para descalificar de esa manera a un periodista de la trayectoria de José Levy, a quien por algo la CNN pidió cubrir la gira pontificia. No por improvisado ni por inculto, como asegura el comentarista.
El discurso inicial del Papa en Quito, conociendo como se conoce la preparación política e ideológica a la par que religiosa que tienen los discursos de un Papa, es atrevido y grosero asumirlo como aval de unos hechos que sucedieron, casi con seguridad, mucho después de preparado y redactado un texto que había planificado, no gratuitamente, referirse a una realidad que se viene construyendo desde hace más de 7 años. Es lo que se llama, en buen romance, oportunismo político y periodístico de la peor laya.
Sí, a esto vino Francisco a los países más vulnerables a la ceguera oposicionista y a las maquinaciones de un Imperio en decadencia, que no se resigna a perder su patio trasero. A fortalecer desde su autoridad religiosa, un proceso político con el que concuerda plenamente. No se engañen los ciegos voluntarios.

Coletilla: Agrego en el siguiente apartado de este blog, otras frases del Papa en esta gira, y veamos si coinciden o discuerdan con los postulados iedológicos de los mandatarios visitados en la gira, sobre todo Correa y Morales, y los que postulaba Fernando Lugo, de Paraguay, antes de su derrocamiento por un golpe parlamentario, muestra fehaciente del Golpe Blando que algunos otros sabios, incluido el del cuento, se solazan en negar como si las evidencias: Venezuela 2002, Quito 30 S, Honduras, Paraguay, no los atropellaran con su simple realismo.

sábado, 18 de julio de 2015

De la visita Papal y franciscana…

Frases del Papa que “no entendieron” los higiénicos
Si se analizan las frases del Papa, no las sacadas de contexto por una oposición manipuladora y mendaz o por los analistas higiénicos que pretende torcer un riel con una pluma, sino las que en verdad dijo en su contexto completo, el Papa Francisco se paseó por la América más profunda para concordar con los esfuerzos de cambio que los gobiernos progresistas de la región intentan desde hace poco más de doce años. Su discurso en todos los escenarios, coincidió casi al milímetro con el pensamiento social de los nuevos líderes de la región, especialmente Rafael Correa y Evo Morales. Aunque esa verdad monumental y verificable, les arda en las entrañas.
Por cierto, no sin desgranar aquí y allá alguna reconvención ante desaciertos que nadie niega pero que, en el balance, poco significado tienen para unos pueblos que, al fin, están viendo que sí les es posible a los gobiernos, cuando se sacuden de las cadenas que los han atado siempre a las decisiones de los centros de poder económico, gobernar para ellos, el pueblo, para los más que siempre han sido los de menos. Esta son algunas de esas frases.

No fueron gratuitas las frases de respuesta al discurso inicial del Presidente Correa, al inicio de su gira por Ecuador:
“En el presente, también nosotros podemos encontrar en el Evangelio las claves que nos permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias, fomentando el diálogo y la participación sin exclusiones, para que los logros en progreso y desarrollo que se están consiguiendo garanticen un futuro mejor para todos, poniendo una especial atención en nuestros hermanos más frágiles y en las minorías más vulnerables, que son la deuda que todavía América Latina tiene.
“Para esto, Señor Presidente, podrá contar siempre con el compromiso y la colaboración de la Iglesia, para servir a este pueblo ecuatoriano que se ha puesto de pie con dignidad”.
Llevar a su propio molino, como hizo un comentarista reaccionario de la parroquia, que oculta su odio tras la falsa cortina del “respeto”, en concordancia con una oposición tan miope como sorda, las frases “fomentando el diálogo y la participación sin exclusiones” o “servir a este pueblo ecuatoriano que se ha puesto de pie con dignidad”, sugiriendo con forceps que las frases eran un aval a las manifestaciones en contra de la última semana, pero ignorando en cambio, con ignorancia voluntaria y mezquina aquello de: “los logros en progreso y desarrollo que se están consiguiendo garanticen un futuro mejor para todos”, es hilar tan fino que con solo observar se rompe el tejido y se muestra el cobre.

Otras frases del papa Francisco en América Latina que merecen atención y una notita aclaratoria para sordos y ciegos voluntarios, son estas tomadas de sus Discursos, no de las versiones antojadizas de la prensa InDependiente:

«Siento alegría y gratitud al ver la calurosa bienvenida, es una muestra más del carácter acogedor, que tan bien define a las gentes de esta noble Nación. Le agradezco, Señor Presidente, sus palabras. Le agradezco sus consonancias con mi pensamiento, me ha citado demasiado. Gracias. A las que correspondo con mis mejores deseos para el ejercicio de su misión, que pueda lograr lo que quiere para el bien de su pueblo».
«En el presente, también nosotros podemos encontrar en el Evangelio las claves que nos permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias, fomentando el diálogo y la participación sin exclusiones, para que los logros en progreso y desarrollo que se están consiguiendo garanticen un futuro mejor para todos, poniendo una especial atención en nuestros hermanos más frágiles y en las minorías más vulnerables, que son la deuda que todavía América Latina tiene.
«Para esto, Señor Presidente, podrá contar siempre con el compromiso y la colaboración de la Iglesia, para servir a este pueblo ecuatoriano que se ha puesto de pie con dignidad. Amigos todos, comienzo con ilusión y esperanza los días que tenemos por delante».
Pretender apropiarse de estas frases como si las hubiera concebido para los protagonistas de una protesta de útlima hora, es por lo menos inmoral.

«Empecemos reconociendo que necesitamos un cambio. Quiero aclarar, para que no haya malos entendidos, que hablo de los problemas comunes de todos los latinoamericanos y, en general también de toda la humanidad. Problemas que tienen una matriz global y que hoy ningún Estado puede resolver por sí mismo. Hecha esta aclaración, propongo que nos hagamos estas preguntas:
«¿Reconocemos que las cosas no andan bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas familias sin techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas heridas en su dignidad?
«¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando estallan tantas guerras sin sentido y la violencia fratricida se adueña hasta de nuestros barrios? ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando el suelo, el agua, el aire y todos los seres de la creación están bajo permanente amenaza?
«Entonces, digámoslo sin miedo: necesitamos y queremos un cambio».
No reconocer en estas frases la concordancia evidente con el pensamiento de los gobiernos progresistas de América, sobre todo los visitados, no sólo es inmoral: es estúpido.

«Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común».
¿No ha sido acaso, divisa ideológica de nuestros gobiernos de avanzada el que la Economía debe estar el servicio del ser humano y no el ser humano al servicio humillante del dinero y la economía? Negarlo es no tener oídos o tenerlos tupidos por la cera cristalizada del odio y la inconsciencia.

«Ustedes son sembradores de cambio. Aquí en Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: «proceso de cambio». El cambio concebido no como algo que un día llegará porque se impuso tal o cual opción política o porque se instauró tal o cual estructura social. Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir.
«Por eso me gusta tanto la imagen del proceso, los procesos, donde la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opción es por generar proceso y no por ocupar espacios. Cada uno de nosotros no es más que parte de un todo complejo y diverso interactuando en el tiempo: pueblos que luchan por una significación, por un destino, por vivir con dignidad, por «vivir bien». Dignamente, en ese sentido».
Es justamente ese proceso de cambio en el que están empeñados nuestros gobiernos, el que pretenden deslegitimar unos porque no les han pedido permiso, otros porque lo quieren ya, como si 500 años de colonialismo se pudieran revertir en una década.

«Los pueblos del mundo quieren ser artífices de su propio destino. Quieren transitar en paz su marcha hacia la justicia. No quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al más débil. Quieren que su cultura, su idioma, sus procesos sociales y tradiciones religiosas sean respetados.
«Ningún poder fáctico o constituido tiene derecho a privar a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía y, cuando lo hacen, vemos nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente las posibilidades de paz y de justicia porque «la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en los derechos de los pueblos particularmente el derecho a la independencia».
Poderes fácticos como formas de colonialismo, han sido precisamente lo que los nuevos Estados combaten en beneficio de la paz y la justicia social distributiva en nuestros pueblos.

«Del mismo modo, la concentración monopólica de los medios de comunicación social que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideológico. Como dicen los Obispos de África, muchas veces se pretende convertir a los países pobres en «piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco».
«El peor pecado de los medios es la desinformación, las calumnias, las difamaciones y, sobre todo, las medias verdades (…), en la actualidad, hay mucha contaminación en la labor informativa».
¿Pueden los comunicadores de la prensa mercantilista seudo independiente, negar o controvertir estas preocupaciones, que son las mismas de nuestros mandatarios en Argentina y Chile, en Uruguay, Paraguay y Brasil, en Ecuador y Venezuela? Hacerlo o pretenderlo, no es solamente cinismo sino ceguera oportunista.
Tal vez, o sin tal vez, es por todo este mensaje papal que los higiénicos e hipócritas manipuladores de lo evidente, han estado tan solícitamente empeñados en distorsionar un mensaje que los golpea en el ojo ciego de su abyecta sumisión al poder económico. El poder que no se atreven a tocar y por eso enfilan todas sus baterías contra el Poder Político democrático y popular, el más fácil de agredir y posar de “independientes”, contra el más visible, contra el que en muchos momentos de la historia de las naciones, está de lado de los oprimidos y los marginados. De los que no tienen voz, la bien pagada voz de “los pregoneros de la libertad condicionada y la democracia de papel”…

viernes, 17 de julio de 2015

En recuerdo de un humilde grande…

De la soberbia a la humillación… de la humildad a la gloria

Antecedentes nada deportivos

            El Campeonato Mundial de Fútbol que se iniciara en 1930, tuvo como primer triunfador a Uruguay, campeón olímpico dos veces consecutivas en 1924 en París y en 1928 en Amsterdam, y continuó en la década de los años treinta del siglo pasado con el triunfo de Italia en 1934 y 1938.
Luego de allí, sin embargo, la inminencia primero y la realidad después de la Segunda Guerra Mundial, impidieron la competencia a lo largo de los años cuarenta, aunque hubo un intento en 1948, con sede solicitada por Argentina, que contaba ya con el formidable equipo triunfador en la Copa América de 1945, 1946 y 1947, esta última en Guayaquil y a la que no asistió Brasil, derrotado en las dos anteriores. Pero las federaciones europeas obstaculizaron el evento alegando la crisis económica ocasionada por la Guerra, y el Campeonato se decidió para Suiza en 1939, y finalmente postergado para Brasil en 1950. Acudieron doce selecciones: España, Suecia, Yugoslavia, Suiza, Italia, Inglaterra, Chile, Estados Unidos, Paraguay, Bolivia, México y el ganador del primer Mundial, Uruguay. Alemania no fue invitada por los crímenes de guerra cometidos por los nazis durante la década que terminó con su derrota en 1945. El anfitrión era, pues, el participante numero 13…
Brasil, que ya tenía inscritos en la historia algunos nombres proceros como Domingos Daguía, Heleno Da Freitas, Leonidas da Silva, Zizinho, Jair, Adhemir…, era un cuadro extraordinario y compartía favoritismo con Inglaterra. El equipo carioca había quedado campeón sudamericano en 1949, justa a la que no asistió Argentina, disminuida su selección por un conflicto con sus jugadores, los mejores de los cuales emigraron a Colombia, no afiliada a la FIFA, en una huelga de jugadores que Brasil e Inglaterra, los otros supuestos favoritos para el Mundial, observaron con mal disimulada alegría.
El conflicto impidió que jugadores como Alfredo Distefano, Adolfo Pedernera, Ángel Perucca, Julio Cozzi, José Manuel Moreno, Ángel Amadeo Labruna, Néstor Raúl Rossi y otros más que conformaban un verdadero Dream Team, jugaran el mundial de 1950, ni el siguiente Suiza/54. La diezmada selección gaucha apenas lograría reponerse del éxodo siete años más tarde, cuando conformó el otro Dream Team, el de los “Carasucias” de 1957, campeones sudamericanos en Lima con un contundente 3 por 0 final ante Brasil. Y que no fueron a Suecia pues fueron vendidos a Italia sus artífices Maschio, Angelillo y Sívori, y al Real Madrid su arquero Domínguez. El solitario Omar Orestes Corbata, puntero derecho de aquel equipo de ensueño, fue la solitaria golondrina en Suecia. Y así les fue. La FIFA, manejada entonces por el inglés Sir Stanley Rous, prohibía que los jugadores contratados por equipos extranjeros, jugaran para su seleccionado nacional… El camino, entonces, para Brasil y quizás para Inglaterra en aquel 1950, aparecía expedito. Tanto como lo sería en 1958.

El fútbol llegaba por aire
            Eran los días finales de junio y primeros de julio de 1950, y el cronista ya sentía, provocada y acelerada por las trasmisiones radiales, una pasión que se acrecentaría con el tiempo: el fútbol. Mis ocho años bien contados pues que los había cumplido poco antes, albergaba aquellos nombres ilustres que se hospedarían en mis recuerdos para siempre. Era la época de El Dorado del fútbol colombiano, promovida por la huelga en el fútbol argentino, y en Millonarios actuaban 10 gauchos ilustres y un solitario colombiano: Francisco “El Cobo” Zuluaga. A partir, entonces, del suramericano de Guayaquil en 1947, ya me sonaban los nombres mencionados, más la inigualable Maquinita del River Plate. Y, por otro lado, Valeriano López el “Tanque de Casma”, Barbadillo, El “Conejo” Vilariño, Fernando Walter, Vides Mosquera y el “Tigrillo” Salazar, de un Deportivo Cali ya metido en mis entresijos de aficionado.
Aquella contienda llegaba al pueblo en las páginas de la revista El Gráfico, a la que estaba suscrito el padre futbolero de un amigo de niñez, y en las ondas de la por entonces incipiente radio deportiva colombiana, que también exhibía nombres ilustres: Joaquín Marino López, el costarricense Carlos Arturo Rueda C., y dos ecuatorianos, Fernando Franco García y Alfredo Araujo Gámez, quienes por muchos años fueron los narradores deportivos de la ciudad. Y de cuyo origen me enteré viviendo en Quito, 30 años más tarde.
            Así que del 24 de junio al 16 de julio de ese año inolvidable, la abuela me permitió el uso de su radio Grundig para que escuchara entre chirridos, voces lejanas que se perdían por momentos, y la luz del pueblo que se iba el rato menos pensado, los partidos que se llevaban a cabo en el lejano estadio de Maracaná, en Río de Janeiro, construido justamente para que allí se llevara a cabo el campeonato mundial que, sin duda alguna, ganaría el invencible equipo brasileño. Tan seguros estaban directivos, jugadores, autoridades nacionales y todo el pueblo del Brasil, que las medallas para los integrantes del equipo estaban listas con sus nombres, y los afiches Brasil Campeón habían sido elaborados y se aprestaban a desplegarse a lo ancho y largo de la gran nación. Hasta los jugadores llevaban puesta, bajo la camiseta del uniforme blanco que entonces lucían, otra que decía: Brasil Campeón…

Y comienza el partido…
Los cariocas habían derrotado a sus primeros rivales sin mayor contundencia, pero en la semifinal arrasaron sin misericordia a Suecia 7 a 1 y a España 6 a 1. Era, desde luego, un gran equipo con jugadores de jerarquía indiscutible. Pero también era cierto que los rivales, ante la eficacia del equipo y la calidad de sus jugadores, entraban a la cancha casi derrotados. Jugaban a no perder por muchos goles ante Brasil. “No más de cuatro” les pidieron, resignados y cobardes, a sus jugadores, los dirigentes del equipo uruguayo, antes de enfrentar la final contra el monstruo brasileño. Por fortuna para el fútbol, los dirigentes no juegan…
            De lo que logré escuchar el 16 de julio en que se jugó la final, entre los chirridos del aparato y las salutaciones familiares a mi madre por su cumpleaños 44, el equipo brasileño entró al campo de juego como un huracán que se abatía sobre el arco de Roque Máspoli, el portero uruguayo. Pero arquero y defensa se plantaron en la cancha y, a pesar de la avalancha y de la algarabía ensordecedora de los doscientos mil hinchas de Brasil, que acallaban sin piedad a los escasos cien uruguayos asistentes al Maracaná, mantuvieron el marcador cero a cero en el primer tiempo. Cifras que, poco a poco, fueron preocupando a la multitud, como lúgubre presagio de males mayores. Ya se sabe que toda situación mala… es susceptible de empeorar. Sobre todo si hay 13 a la mesa…
            La verdad es que, ausente Argentina por las fricciones entre las federaciones gaucha y carioca y la ausencia de sus mejores jugadores, mi entusiasmo no era mayor pero se inclinaba sin dudas por el Uruguay de Máspoli, Tejera, Míguez, Gambetta y Schiafinno, de todas maneras jugadores del río de la Plata como los argentinos.
Sin embargo, la escandalera en el Maracaná se reinició con el comienzo del segundo tiempo, y se acrecentó en decibeles inmedibles con el gol del brasileño Friaça, por pase de Jair, a pocos minutos del reinicio. El rugido de la multitud se escuchaba entre los estertores de las ondas radiales, pues los comentaristas que cubrían el evento estiraban los micrófonos para recoger el aullido de los hinchas. Parecía que empezaba la fiesta.
Pero algo sucedía en el campo… Algo insólito. Lo narra, con más precisas y bellas palabras Osvaldo Soriano en crónica de El Gráfico, que aún conservo. Pero lo reitero con las mías aquí. Disculpen la suplantación.
            El gol de Friaça fue, por supuesto, legítimo. Sin embargo, el capitán uruguayo, el “Negro Jefe” Obdulio Varela, se irguió en la cancha, se encaminó a su portería con paso lento pero decidido, agarró el balón que reposaba ya quieto en el fondo de la red, y se lo puso bajo el brazo. Así armado, fue adonde el juez de línea para reclamar un inexistente fuera de lugar. Luego, con la misma parsimonia y con el balón asegurado en la axila derecha, se encaminó al centro del campo, puso la pelota en el piso, allí donde el círculo de cal señala el centro de la cancha, y pidió un interprete para hablar con el árbitro inglés Mr. Reader, y reclamar el fuera de lugar… La pícara y teatral actitud de Varela estiraba el tiempo, enfriaba el partido, silenciaba a los hinchas que miraban sorprendidos hacia el recio capitán de la Celeste. Cuando ya Varela consideró que las cosas estaban en su lugar, miró a sus compañeros y les dijo: “Ahora sí, a ganar el partido”.
            Brasil era campeón con el uno a cero. Y fue entonces cuando la figura de Obdulio Varela creció a una altura que los jugadores de Brasil no atinaban a comprender. El gran capitán se echó el equipo al hombro, como suelen decir los imaginativos narradores de fútbol, y unos pocos minutos después del gol de Friaça, Juan Alberto Schiaffino recibió de la derecha un pase de Alcides Ghiggia, y embocó un zapatazo que Moacyr Barbosa, el arquero brasileño, apenas vio pasar. Uno a uno. Brasil aún era campeón. Pero el empate con el modesto Uruguay no era lo que el público quería. Ni los jugadores. Ni el país entero. De modo que el estadio fue enmudeciendo poco a poco. El rugido se hizo murmullo…
            Y a los 81 minutos, nueve antes del final, Varela cede un pase profundo a Ghiggia que enfila por la derecha eludiendo a Bigode; este retrocede esperando el pase, Gigghia llega a la raya final, amaga el mortífero centro atrás que ya esperaban Gambetta y Schiaffino, el arquero Barbosa se come el amague… y deja un hueco minúsculo hacia su palo izquierdo: por allí entra el tiro seco de Ghiggia quien, en ese último segundo, apuesta a lo imposible y tira al arco… Gol de Uruguay. Dos a uno y Uruguay es campeón del mundo entre el ensordecedor silencio de los doscientos mil hinchas brasileños… y el tímido rumor de cien uruguayos que no podían creer lo que ocurría en el césped del Maracaná. Y que poco a poco fueron subiendo el volumen hasta cuando el murmullo se hizo canto de triunfo, grito de gloria.

Entre el desprecio y el olvido
            El caballero francés Jules Rimet, Presidente de la FIFA, se había retirado unos minutos antes para recoger la Copa y repasar un corto discurso de felicitación para los campeones brasileños. Al regresar a su puesto, el silencio del Estadio y los jugadores uruguayos abrazados en el campo, le informaron que algo extraño sucedía. Fue a la cancha pero no encontraba a quien entregarle el trofeo. Y cuando ya se disponía, despistado, a ponerla en manos del Capitán del equipo brasileño, Obdulio Varela se la arrancó de las manos: era su legítimo dueño. Luego salió de la cancha sin la escolta de agentes de la policía que el protocolo le había asignado, pero que no podían cumplir con su cometido: estaban ocupados llorando… El previsto himno nacional brasileño no alcanzó a sonar por los altoparlantes.
Los días siguientes los resumió años más tarde Alcides Ghiggia, el hombre que, con su gol, partió la historia del fútbol brasileño. En una entrevista para la televisión, comentó que durante muchos días todo el país, pero principalmente Río de Janeiro, fueron lugares acongojados y silenciosos. Nadie hablaba en la calle, “todo era triste”. Y agregó sin orgullo, quizá con pena: “Solo tres personas en la historia hemos hecho silenciar el Maracaná: El Papa, Frank Sinatra, y yo…”.
Un conocido periodista brasileño, Mario Filho, escribió: “La ciudad cerró sus ventanas, se sumergió en el luto. Era como si cada brasileño hubiera perdido al ser más querido. Peor que eso, como si cada brasileño hubiera perdido el honor y la dignidad”. Ary Barroso, el músico autor de “Acuarela do Brasil”, que narraba el encuentro para toda la nación, abandonó para siempre la profesión de periodista deportivo. Siguiendo su ejemplo, decenas de aficionados no volverían nunca más al Estadio. Y hasta unos cuantos, más trágicos, optaron por el suicidio…
La mayoría de integrantes del equipo brasileño cayó en el olvido. Ni siquiera el goleador del torneo con 9 tantos, Ademir Menezes, lograría el reconocimiento a su logro. Nadie lo tomó en cuenta. Y al arquero Moacyr Barbosa se le culpó directamente de la tragedia, hasta el punto de que, más de 30 años después, una mujer lo reconoció en un mercado y le dijo a su pequeño hijo: “Ese es el hombre que hizo llorar a todo Brasil”. Murió el 7 de abril de 2000, en absoluta pobreza. Unos días antes le había confesado a un periodista: “En Brasil, la pena mayor que establece la ley por matar a alguien es de treinta años de cárcel. Hace casi cincuenta años que yo pago por un crimen que no cometí y sigo encarcelado. La gente todavía dice que soy el culpable. No fue culpa mía, éramos once”.
Ningún dirigente o jugador estuvieron en su entierro. Pero su fallecimiento mereció un titular de prensa: “Segunda muerte de Barbosa”.
Del otro lado tampoco fueron muy diferentes las cosas. Para la dirigencia oficial del fútbol uruguayo tampoco la victoria fue recordable. Los jugadores campeones recibieron como premio un auto que al capitán Obdulio Varela le robaron una semana después. Y eso fue todo en los años siguientes. Pues a pesar de la hazaña, Varela murió en la pobreza. Pero el gobierno hizo por él, ya muerto, lo que jamás hizo en vida del héroe del Maracaná: se encargó de los gastos del entierro…

NOTA FINAL: Vaya esta crónica para los facebokeros, en recuerdo de Alcides Ghigia, muerto ayer de un infarto en Montevideo, justo el día en que se cumplían 65 años de su gol triunfal contra Brasil. Que juegue muchos partidos allá, en el cielo del fútbol…