lunes, 20 de julio de 2015

¿A qué vino Francisco?

¿Quién es en realidad el Papa Francisco, antes Arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio, y cuáles las razones de su visita a la América Latina?
Supongamos que el Papa argentino que estuvo entre nosotros del 5 al 12 de julio, aún fuera quien fue en la diócesis de Buenos Aires: El Arzobispo Jorge Mario Bergoglio. Y que hubiese elegido un nombre cualquiera, excepto Francisco. Digamos, Jorge… O Juan Pablo, o Pío, tan socorrido por los pontífices. Entonces, creo, el Papa no habría visitado Ecuador, Bolivia y Paraguay. Intuyo que sí México, Perú, Colombia, tal vez Chile y, por cierto, Paraguay también. Periplo evangelizador y político más acorde con el prelado Jorge que calló ante los crímenes de la dictadura argentina; que fue cómplice por omisión y silencio ante el secuestro de recién nacidos de mujeres embarazadas, torturadas y asesinadas durante los años de terror; que dejó en manos de la dictadura a los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics en 1976, luego de presionarlos para que abandonasen la Compañía; en fin, el Jorge Mario que rechazó y llamó creyentes a agredir la exposición del artista León Ferrari en el Centro Cultural La Recoleta, en 2004. Ese Jorge I, o Juan Pablo III, o Pío XIII, hubiera regresado al Vaticano desde Santiago, no desde Asunción.
Y no recuerdo las actitudes de Jorge Mario Bergoglio por demeritar la personalidad del Papa ni por reactualizar su pasado. Aunque ese pasado reaccionario y cercano a los regímenes del terror en su país no sea remoto. Es relativamente reciente. Pero es pasado. Me explico: Jorge Mario Bergoglio, ya no es más. Ahora es Francisco. Algo pasó en esos años transcurridos entre el repudio a la exposición de Ferrari en 2004, y el Papa que asumió con el sorprendente nombre de Francisco el 13 de marzo de 2013. Sorprendente porque ni siquiera agregó el numeral que le correspondía, Francisco I, según costumbre pontificia.
¿Por qué ese gesto quizá humilde? ¿Para parecerse algo más al Poverello de Asís, pues ya anidaba en él la idea de mirar, de verdad, hacia los pobres, esos pobres que la Iglesia había tenido apenas como sujetos de catequización y objetos de caridad, pero nunca, o casi nunca –Juan XXIII–, como preocupación práctica de su labor eclesial? ¿Por un acto de vanidad pues no quería un Francisco II en el futuro? Me inclino por lo primero. Y por pensar que, al asumir el papado como Francisco, el Cardenal Bergoglio enterró a Jorge Mario.
Ahora, ¿por qué ese cambio evidente del Jorge Mario silencioso ante la dictadura, del alto dirigente jesuita, más reflexivo y pensador que práctico, y del Arzobispo coadjutor de Buenos Aires, titular desde 1998 por muerte del Arzobispo actuante? Es posible que, como autoridad eclesial, Jorge Mario Bergoglio, hombre sencillo y modesto –quizás no humilde–, haya tomado contacto más cercano y profundo con su grey bonaerense. Con el pueblo marginado de la Gran Capital.
Sin embargo del oscuro episodio de la entrega, tortura y excarcelación posterior de los jesuitas Yorio y Jalics en 1976, Bergoglio, ya para 2005 y como Presidente de la Conferencia Episcopal, ordenó la investigación del asesinato de los seis integrantes de la Sociedad Civil Apostólica, crimen perpetrado por el régimen militar. Este hecho, y su paulatino acercamiento al pueblo de las Villas miseria de Buenos Aires, en las cuales incrementó el número de sacerdotes, llamados “curas villeros”, debieron ponerlo en contacto real con la pobreza de esos años de crisis económica y elevada inflación, ese impuesto a los pobres que suele enriquecer más a los grandes empresarios capitalistas.
Vale recordar que, como estudiante, a fines de los años sesentas, estuvo vinculado a la Filosofía de la Liberación del teólogo jesuita Juan Carlos Scannone, rama argentina independiente de la Teología de la Liberación que por esos años circulaba por América Latina al impulso del Concilio Vaticano II. Y que, ya como obispo de Bs.As., Jorge Mario Bergoglio procuró el diálogo con otras religiones y propició una tarea pastoral en los barrios marginales, apoyándose incluso en colectivos sociales no católicos, en un gesto de ecumenismo que reforzaría los sectores progresistas de la Iglesia, y ejerciendo su actividad pastoral entre los marginados de la sociedad, incluso con sectores de la delincuencia y la prostitución. Eso, y su sencillez de hábitos de vida, su insistencia en no utilizar para visitar los barrios el transporte privado sino el autobús general, y una simpatía personal que lo llevó incluso a reconocer su amor por el fútbol, deporte popular por excelencia, le fue haciendo ganar, despacio pero con convicción, el título de “Obispo de los pobres”.
Con tales antecedentes pre papales, el nombre elegido por Jorge Mario Bergoglio, Francisco, para dirigir como Papa una Iglesia que con Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger había deshecho los últimos vínculos con la Teología de la Liberación, denostada y marginada por ambos pontífices, tuvo justificación ideológica, política y eclesiástica, y el nuevo Papa una misión que justificara el nombre escogido: volver a mirar hacia los pobres y los marginados, recoger los retazos del Vaticano II, enfrentar la competencia de las numerosas sectas protestantes que, ante el retroceso de la Iglesia entre las masas populares, habían no sólo proliferado sino incrementado su poder y su influencia. Es decir, en su nuevo pensamiento socialmente progresista y avanzado, recuperar la Verdadera Iglesia de Cristo: la de los pobres…
Al margen de que se crea en uno o varios dioses, o de que se tenga fe en una creencia esotérica como lo son todas las religiones, o de que se haya uno decantado por el agnosticismo o el ateísmo por decisión individual al amparo de lecturas, investigaciones y análisis alejados de cualquier esnobismo seudo ilustrado, nadie puede negar la enorme influencia que ha tenido el Cristianismo en la construcción de la Cultura Occidental desde cuando, supuestamente, Jesús dijo a sus discípulos: “id por el mundo y llevad del evangelio a todos los hombres”.
Muchas veces para bien, sobre todo en aspectos que tienen que ver más con la moral y las virtudes personales que con los avatares de la vida diaria, y otras muchas para mal desde los conocidos hechos de la expansión violenta de la fe cristiana por los 4 puntos cardinales, con la cruz como avanzada apaciguadora de la espada de la conquista; o desde los crímenes de las Cruzadas y la Inquisición; o desde la marginación de la mujer, la intolerancia con los sexualmente diferentes, su cercanía, desde Constantino en el Siglo IV, con los poderosos del mundo, su complicidad –con excepciones– con el nazismo y el fascismo, y desde su apego a las riquezas terrenales y sus entendimientos nada claros con las mafias y la especulación financiera internacional, lo cierto es que el Cristianismo tiene mucho que ver con ese edificio a medio hacer que hoy llamamos, con mucho de injustificada suficiencia, Civilización Occidental.

¿A qué vino Francisco?
         Como Jefe máximo de una institución religiosa que no tiene empleados ni socios sino fieles creyentes en sus dogmas, el Papa realiza entre su grey una labor apostólica, evangelizadora y aglutinante. Y, para la Iglesia, necesaria. El ser humano es frágil en sus convicciones, y cuando ellas dependen de que el milagro se realice o no, suele evadirse a otras opciones que, al menos, le aseguren la esperanza desde la caridad o desde el lavado de cerebro.
Es por eso que las sectas protestantes, decenas de ellas porque proliferan como moscas en la miel dado el suculento negocio de la fe, se han adueñado, a instancias de la creativa publicidad en que son expertos los mercaderes de lo que sea en los EEUU, de gran parte de las masas creyentes de América Latina. Su ritualidad, más humana, moderna y pedestre que elitista, ceremoniosa y anticuada, ha logrado inficionar las mentes ignaras e ingenuas de una población mal educada, analfabeta en alta proporción, proclive a creer en cualquier sofisma o esoterismo que le prodigue esperanzas.
En términos comerciales, irreverentes pero exactos, la Iglesia Católica ha perdido clientela en los últimos 30 años, a pasos agigantados. Y si el Papa tiene un compromiso con su Institución, es ese justamente: recuperar a los creyentes emigrados a otros cultos, y evangelizar y reacristianar a las masas nativas jóvenes. Pues son más susceptibles a la evangelización protestante las comunidades indígenas, por cuanto sienten reacción ancestral contra el catolicismo conquistador. No en vano vino a países pobres de alta población indígena como Ecuador, Bolivia y Paraguay, otrora casi tan católicos como Colombia, Chile o Argentina.
Así pues, la pregunta es válida: ¿A qué vino Francisco? ¿Sólo a recuperar fieles emigrados, a reconquistar el mundo indígena, a “untarse” de pueblo para competir con alguna ventaja con los credos protestantes? No parece, por sus discursos en todos los países en los que estuvo.
Tampoco vino exclusivamente a “a felicitar al presidente Correa”, como lo sugirió con mal disimulada e hipócrita sorna, con sarcasmo, esa excrecencia innoble de retorcida retórica que algunos quieren vender a los desprevenidos como fina ironía, uno de los “analistas” más socorridos por la oposición, en un intento fallido por descalificar y desconocer la cercanía del Papa Francisco con los postulados de un proceso político de cambio que en mucho concuerda con su pensamiento. Analista que, en burda exhibición de prepotente autosuficiencia, llega hasta negarle a un colega, José Levy, de CNN, la posibilidad de que algo conozca de la realidad ecuatoriana. Justamente el personaje que más exhibe con profuso aporte de citas y nombres ilustres su vastísimo y profundo conocimiento de la realidad mundial, le niega a su colega la posibilidad de, al menos, haberse documentado para entrevistar al Presidente sobre la gira papal. ¿Tiene el monopolio de la información, del conocimiento de la historia, de la sabiduría y de la capacidad de comprensión y análisis para afirmar muy suelto de lengua que el periodista de CNN, “sin conocer lo que sucede en Ecuador, se expuso a beber sin pausa en la mayor fuente productora de discursos del país”? Se requiere una egolatría de alto nivel, aparte de una gran dosis de deslealtad profesional, para descalificar de esa manera a un periodista de la trayectoria de José Levy, a quien por algo la CNN pidió cubrir la gira pontificia. No por improvisado ni por inculto, como asegura el comentarista.
El discurso inicial del Papa en Quito, conociendo como se conoce la preparación política e ideológica a la par que religiosa que tienen los discursos de un Papa, es atrevido y grosero asumirlo como aval de unos hechos que sucedieron, casi con seguridad, mucho después de preparado y redactado un texto que había planificado, no gratuitamente, referirse a una realidad que se viene construyendo desde hace más de 7 años. Es lo que se llama, en buen romance, oportunismo político y periodístico de la peor laya.
Sí, a esto vino Francisco a los países más vulnerables a la ceguera oposicionista y a las maquinaciones de un Imperio en decadencia, que no se resigna a perder su patio trasero. A fortalecer desde su autoridad religiosa, un proceso político con el que concuerda plenamente. No se engañen los ciegos voluntarios.

Coletilla: Agrego en el siguiente apartado de este blog, otras frases del Papa en esta gira, y veamos si coinciden o discuerdan con los postulados iedológicos de los mandatarios visitados en la gira, sobre todo Correa y Morales, y los que postulaba Fernando Lugo, de Paraguay, antes de su derrocamiento por un golpe parlamentario, muestra fehaciente del Golpe Blando que algunos otros sabios, incluido el del cuento, se solazan en negar como si las evidencias: Venezuela 2002, Quito 30 S, Honduras, Paraguay, no los atropellaran con su simple realismo.

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