lunes, 30 de marzo de 2015

Ni de acá, ni de allá, ni del medio…

Escucho a menudo, más a menudo de lo que la pueril y poco meditada crítica merece, que “ya no hay división entre izquierda y derecha”; que es “una nomenclatura falsa que no explica nada” porque unos y otros son iguales y lo que buscan es aprovecharse del poder en su propio beneficio. Y otras tantas inteligentes sandeces por el estilo.
También se escucha, incluso de personas que uno sabe muy bien que son comprometidas con la justicia, con la decencia, con un posible equilibrio de fuerzas entre los de arriba y los de abajo, o sea entre explotadores y explotados porque, con seguridad, pertenecen a esta ultima categoría, aunque ese compromiso no lo exhiban mucho por una especie de asepsia política para mí incomprensible; también se escucha, repito, decir que “No soy de izquierda ni de derecha”. Algunos es posible que agreguen, “ni de centro”. Lo cual, no ser de ningún lado, los coloca en un beatífico lugar imposible de mantener porque en algún momento despotricará contra la derecha por explotadora e injusta, o contra la izquierda por revoltosa y caníbal o contra el centro por no ser ni chicha ni limonada. Y esa actitud de un par de segundos o de minutos, los ubica quieran que no…
Aristóteles clasifico al bípedo implume en una categoría de la que nadie puede escapar, si es un ser pensante y racional a quien le importen su medio y su circunstancia, como Zoon Politikon… Es decir, el ser humano es un Animal Político, aunque denigre de la política como actividad pública o como ejercicio de gobierno. Algunos dirán que el viejo Ari lo decía en el sentido de “Ser Social”, pero no es así. El animal irracional es también social. Es el ser humano en cuanto tal y en cuanto animal también, pero racional y pensante, el que, aparte de social, es un ser político, porque esa condición es la extensión hacia los demás de su educación, de su formación, de sus actitudes e incluso de sus creencias. Quien se abstraiga totalmente de la política, se abstrae de la humanidad que lo rodea. Y eso sólo lo hacen los ermitaños. Palemón el Estilita para recordar uno grato a la memoria, que sucumbió de todos modos a “la bella cortesana” que lo encandiló, bajó de su columna y se integró al mundo al lado de ella, “a la vista de la muda, a la vista de la absorta caravana”. Es decir, se asumió ser político…
Todo ello aparte de que asegurar sueltos de huesos y de lengua que “yo no me meto en política”, es ya una posición política aunque sea deleznable por indiferente o por ignorancia voluntaria de la realidad. Además, lo cual también es obvio, que pretender “no tomar partido” es una toma de partido por la intrascendencia individual o la irresponsabilidad social. Recordemos el famoso poema de o atribuido a Bertold Bretch, que todos seguramente saben de memoria.
No se puede vivir colgado del aire porque algún rato se cae al duro suelo, ni se puede eludir el tomar partido porque la vida misma lo obliga a uno a fijar posiciones, sean ofensivas o defensivas.
Hay algunas pistas para demoler tan frágiles edificios críticos. En primer lugar, los conceptos de “izquierda” y “derecha” que parecen tener origen en la ubicación de los asambleístas durante la Revolución francesa –a la derecha los conservadores y a la izquierda los reformistas–, no han dejado de significar lo que entonces significaban: conservadores y reaccionarios al cambio, frente a reformistas que persiguen el ideológico, político y real avance de la sociedad. Ni más ni menos.
Que el ejercicio práctico de la Política, en algunas ocasiones, haya juntado a los dos extremos en el campo medio de las ambiciones personales o de las conveniencias electorales y políticas, no implica que la izquierda haya dejado de caminar –o al menos de intentarlo– hacia el equilibrio económico y la justicia social, o que la derecha haya renunciado al estatismo conservador y la parálisis mental. Es un problema ético más que ideológico o político el hecho de que unos y otros cedan a la ambición de poder o de dinero. Esa es cosa propia de las derechas, que para eso están desde tiempos inmemoriales, aun antes de llamarse tales: enriquecerse, defender y aumentar esas riquezas, y para ello, controlar el poder social y político. Ese es su objetivo de vida, su proyecto vivencial. A las izquierdas las mueven otras cosas aunque a veces, como se dijo, los individuos se dejen llevar no por la ética ola ideología sino por la ambición y la codicia. Tales cosas son: la justicia social, el equilibrio económico, el respeto a las diferencias. Esas minucias improductivas e intrascendentes…
Por otra parte, el Poder efectivo ha estado siempre, incluso desde los intentos de gobernabilidad en la antigua Grecia, en manos de las altas clases dirigentes, sean filósofos, sabios y pensadores como en Atenas; aristócratas, nobles y señores feudales como en la Edad Media; comerciantes, burgueses y empresarios como en los siglos posteriores a la Revolución Francesa... E incluso, en manos de burócratas civiles militares o religiosos que se adueñan del poder y convierten las naciones en su hacienda particular, como ocurriera durante las dictaduras del Cono Sur, u ocurre con las Satrapías del Oriente Medio, o como sucedió durante los setenta años de Comunismo estalinista en la fenecida Unión Soviética, sin desconocer los logros que en ámbitos importantes como educación, ciencia, tecnología, salud y otros espacios, produjera la Revolución de Octubre.
Hoy, ese poder lo siguen ejerciendo las derechas desde sus mansiones urbanas, sus oficinas en las grandes capitales o sus propiedades rurales en donde ellos siguen siendo amos y sus trabajadores siervos; son lo que han sido: dueños de vidas y haciendas, administradores –y en algún caso paradigmático, como es el de la Reserva Federal en los EEUU, los propietarios– del sistema financiero global, que manejan las crisis a su antojo y conveniencia y luego, cuando la codicia rompe el saco y provoca el desastre, exigen a los Estados “salvar la Economía”.
Hay otros dueños o administradores del Poder también, con más mala imagen pero igualmente perniciosos: mafiosos de variopinta clase como narcotraficantes, tratantes de personas, traficantes, vendedores y fabricantes de armas, cuna eterna de gran parte de la riqueza de la humanidad; o esa otra mafia que son los grandes laboratorios de farma; o las empresas multinacionales que ya no tienen límites estatales a su ambición y pueden hacer de las leyes tributarias y laborales lo que les viene en gana; o los “capos” del sistema financiero internacional, verdadero propietario y administrador del mundo actual, al que manejan manipulando reservas y cotizaciones y cifras de las monedas o de los recursos naturales del planeta.
Por supuesto, una definición clara e inequívoca de lo que significa “izquierda” o “ser de izquierda”, ha de anidar en el concepto mismo que habita en esa idea. Es decir, que cualquiera que piense la ha de tener “en la punta de la lengua”. Tal vez lo que haga falta sea convertir la idea, el concepto filosófico, ideológico y político, en palabras que se puedan juntar en una frase comprensible y más o menos certera, que le dé valor lingüístico y semántico a la idea.
No trato ni me propongo ser original pues la frase, como dije, ha de estar en “la punta de a lengua” de muchas personas desde hace tiempos. Pero sugerí una hace pocos días ante la pregunta de algún habitante del cyberespacio: ¿Y que es izquierda? Le dije y lo ratifico aquí, en esta reflexión:
“Izquierda es ese lugar intelectual, ideológico, político y ético, en el cual el Ser Humano es más importante que la propiedad, el capital, el dinero y las mercancías”.

Nada más. Pero también, nada menos. Yo me ubico en ese lugar: Soy de izquierda.

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