Decía Gandhi
que “La Libertad no es licencia para cualquier cosa”. Por analogía inmediata,
la Libertad de Expresión no es licencia para decir cualquier cosa.
Acudo a la
biblioteca universal y encuentro que la Organización Foro de la Libertad, cito,
“reconoce límites a la libertad de
expresión, en particular cuando entra en conflicto con otros valores o
derechos”. Y, en la misma fuente, John Stuart Mill, que abogó por la máxima
libertad de expresión “para profesar y discutir como una cuestión de convicción
ética, cualquier doctrina, por inmoral que pueda considerarse”, agrega una
limitación que llama “El Principio de daño”, y propone que esa Libertad máxima
no puede llegar a causar daño a otros. Es decir, no puede llegar a la injuria,
la calumnia, la falsedad, la denigración, el ultraje, o a cualquier otro
sinónimo que sugieran. Que es, justamente, lo que motiva esta reflexion, al
leer los libelos que ciertas estrellas de los medios escritos profieren a día y
semana seguidos en contra de personajes políticos y públicos, sean o no
funcionarios del Estado, cuyas acciones y pensamiento no comparten, cosa
natural en una Democracia. Y sean damas o caballeros porque para la injuria y
el agravio no existen restricciones éticas, menos aún las de la caballerosidad
y el respeto.
Los
libelos aludidos reúnen en sus frases los vocablos antedichos y otros que se nos
ocurran. No necesitan las damas agraviadas ni los caballeros denigrados quien
defienda sus honras y sus personas, ni es mi interés hacerlo porque lo hacen
ellos mismos, y lo hacen muy bien, como se constata ante las reacciones de los
usuales “autovictimizados”, que se creen con derecho de hacer a los demás,
víctimas de su lengua o de su inquina. Porque cuando los agredidos ante la
injuria verbal o el gesto injurioso reaccionan con legítimo derecho, regurgita
el llanto y el crujir de dientes de la hipocresía selectiva: insultadores e
insolentes es lo menos que les endilga la decencia moralista al uso.
Pero hay
artículos que me ocasionan nauseas. O, como dice mi hija mayor, “me ofenden”. A mí… como
periodista y como lector. (Ver: http://estadodepropaganda.com/2015/05/26/oh-gabriela-inmarcesible-y-perinclita/#more-345). Por eso reflexiono
sobre esos y otros de la misma laya, y sobre los excesos a los que conduce el
abuso de la libertad de expresión, cuando se junta con la vanidad y con la
soberbia.
Por
cierto, escribo en Primera persona porque asumo la responsabilidad de lo que
escribo. Como diría o dijo o podría decir Fernando Vallejo, la tercera persona
es cobarde y es hipócrita: se escuda en el anonimato o en la suplantacion para
tirar la piedra y esconder la mano. Yo escribo de lo que vivo, y vivo en
presente actuante…
Con M de Maldad
Son malos los articulejos. No estilística ni
formalmente. En eso no fallan los autor: es, usualmente, casi perfecta su
prosa. Con la perfección química del veneno de la serpiente: ni una coma de
más, ni un punto de menos; no falta una interrogación ni sobra una admiración;
se perciben, a la distancia perfecta que exige la lectura perfecta –30 cms. de
los ojos al papel o a la Tablet–, las
nunca olvidadas clases de ortografía de Primaria, ni las de concordancia y
sintaxis de la Preceptiva Literaria del Bachillerato, ni los lentos y morosos
conocimientos adquiridos en una o varias universidades de adentro o de afuera, luego
de una o varias carreras, todas ellas humanísticas –¿letras?, ¿filosofía?, ¿sociología?,
¿antropología?–, todas ellas a saltos y a brincos para adquirir “cultura
universal” y no desmerecer los apellidos “literatos y liberales”?–, como es
natural en uno, amiguistamente nominado Gran Maestro de la crónica, “uno de los
mejores de todos los tiempos”, para acudir al ditirambo de un admirador.
No,
no es por ahí. Son malos de maldad. Se nota no ya en la inocente dosis de mala
leche, siempre a un paso de agriarse, ni en la irónica prosa del cronista de
modas, digno émulo de Enrique Casal o Susy Menkes, cercano a las gracias
heredadas de Tamara Falcó, reluciente reciente estrella de HOLA (datos de
Wikipedia), sino en que reseña cualquier Acto Oficial desde los flecos de un
chal, los colores de una bufanda, los bordados de tal camisa, la sisa de esa
blusa, el pliegue de cierta falda, sin detenerse en fruslerías de poca monta
como las políticas de desarrollo comunitario, las medidas económicas de bonanza
o de emergencia, los planes de salud pública o los avances en la educación…
Esas minucias…
Son
malos porque están percudidos de Maldad. Decía el Caballero Andante que de “La
abundancia del corazón, habla la lengua”, citando a Mateo, el Evangelista. Poco
hay de bueno en esos corazones que destilan maldad y esparcen veneno y amargura
por donde pasa la lengua de víbora de los dueños de entrambas vísceras. Denigran
y agreden con frases maledicentes no sólo la investidura de las damas que
gobiernan el Legislativo –con preferencia en los denuestos para la de mayor
autoridad–, y sin mencionar al Primer Mandatario, blanco y objeto de escarnio,
burla o hipócrita “respeto”, sino su misma dignidad de personas, de mujeres
merecedoras de respeto aunque fuere por su mera condición de tales. No se diga
de caballerosidad, del todo ausente en los textículos de marras.
Con M de Machista
Los escribidores
se tragan a la fuerza pero no digieren que, por primera vez en la historia
política del país, no una sino tres damas, por sus méritos personales y su
trabajo político, llegan a esos niveles desplazando no sólo a los hombres de su
partido sino a los acostumbrados manipuladores masculinos procedentes de una
clase política caduca y voraz, que ya no tiene espacio en los nuevos rumbos de
una sociedad hastiada de ser siempre pasto de una corrupción ya centenaria.
¿Les ha
preocupado alguna vez que los asambleístas hombres, los no afiliados o
simpatizantes de AP o de la izquierda, sean analfabetos, faltos de instrucción,
mal hablados, a duras penas bachilleres o, en muchos casos, ni eso? Nunca. Pero
sí que el Tin Delgado lea mal un discurso, pues su gran delito no es ser negro,
ser humilde ni ser o haber sido futbolista, sino ser “correísta”, el peor de
los crímenes para los eruditos críticos literarios, a quienes jamás se les ha
leído un análisis de la obra de nuestros escritores, que SÍ están obligados,
por su vocación o profesión, Escritores, a dominar las artes del lenguaje y los
requisitos de la sintaxis y de la gramática. No, ellos centran su puntillosa
crítica, su avizor ojo de correctores de pruebas, en alguien cuyos estudios se
han dirigido hacia otras áreas menos exigentes gramaticalmente –sociales– pero
que, también y como todos, ha sido una más de las víctimas de una educación
mediocre en manos de quienes hoy reniegan del cambio que los obliga a superarse
para poder enseñar con algún asomo de rigor. Extraña y puntillosa crítica
“estilística” o sintáctica de quien, por ejemplo, en una Entrevista, ante la
pregunta: “¿Si le
disgusta tanto la televisión, por qué la ve?”, responde con curioso uso del
condicional: “Si no trabajaría en esto, no la vería”.
Lamentable
machismo exhibe, por ejemplo, el autor de notas donde critica con inquina que
la dama Presidenta de la Asamblea se atreva a citar a Tomas Moro. ¿Cómo una
bachiller de pueblo puede citar al gran autor así, gratuitamente? (Ver el
sesudo artículo mencionado arriba). Esa exhibición de cultura sólo es posible
en los que de verdad nacieron con un libro como almohada y, claro, pueden, con
la sencillez del sabio o la prepotencia del “erudito”, no sólo citar una frase
sino mencionar las costumbres vanidosas o las relaciones conflictivas de los
grandes de la historia, tan familiares para el sesudo erudito, tan
necesariamente lejanas para las bachilleres de pueblo: Clío y Demóstenes;
Kundera, Goethe y Napoleón, las poses patricias de ambos, la amante desdeñada
del gran teutón o el hábito secreto de cualquiera otra figura de las letras o
la historia, son propiedad exclusiva del gran sapiente, no de alguna aprendiz
de senadora, por más que haya hecho méritos de trabajo social, haciendo por su
pueblo lo que jamás ha hecho el exigente crítico, prevalido de ostentoso
intelectualismo. Llegar a donde llegó sin sabias y profusas lecturas, es para
el crítico obsequio inmerecido a la sumisión política, no producto del trabajo
entre la gente del común, esa que no abre un libro porque sus urgencias son
vitales, de sobrevivencia, no de ínfulas vanidosas de cronista light bien
financiado.
Con M de Mediocre
También es
mediocre la erudita parrafada mencionada antes (tan cercana, ¡ay!, a su maestro
en insidias pseudo irónicas), a pesar de su –casi– perfecta construcción
sintáctica y gramatical, porque ni siquiera se permite investigar –no ha de
tener tiempo, tan ocupado en prolíficas, profusas, profundas, proficuas y
permanentes lecturas– si el fondo
doctrinario del discurso o el tema de la entrevista tienen algo de condumio,
algo digno de ser mencionado como trabajo político o acción social. No. Se
queda, puntilloso erudito gramatical, en el uso apresurado del lenguaje en una
entrevista de radio, o en la palabra mal pronunciada de un discurso –¿oída con
filtro de odio?–, como antes se quedaba
–sagaz cronista de modas– en el zurcido de las gorgueras, en los colorines de
la pollera o en los bordados de la blusa: en lo accesorio y en lo fútil. ¿Cómo
va a consentir el sabiondo que alguien que no piensa como él, pueda pensar de
algún modo?
Con M de Mendaz y Mentiroso
Mentir sin
malicia es una cosa, hasta comprensible y perdonable; mentir con intención de
agraviar y dañar es mendaz y es cínico y es falaz. Porque mentir no es sólo
trastrocar, esconder u ocultar una verdad evidente, sino también decirla a
medias, dejarla incompleta para que se entienda al revés o no se entienda.
Quedarse en el ropaje exterior o en la frase apresurada es dañosa mendacidad
destinada a injuriar con ruindad a la persona blanco de la diatriba venenosa y
procaz.
Y son Mezquinos,
porque la riqueza del lenguaje, utilizada con sevicia ofensiva, con intención
de daño aleve y de injuria gratuita, con soberbia exhibicionista, es de
espíritus innobles, muy lejanos al ejercicio de una profesión –periodista– cuya
primera exigencia es ética: “el periodista debe criticar, no azotar”, decía
Luis Herrero, periodista español que a buen seguro conocen los eruditos.
Con M de Miserable
Porque
ensañarse en deslegitimar el trabajo del mandatario o el de una dama –no se
diga de tres– porque ese trabajo no cuenta con el imprimatur inquisitorial, porque no merece sabia condescendencia ni
generosa aprobación, es, para citar el diccionario, “perverso, abyecto y
canalla”. O sea, Miserable.
Decía
un Maestro del Periodismo, uno de verdad, Ryszard Kapuscinski, que “Para
ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas
personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona, se puede
intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus
dificultades, sus tragedias”.
Detenerse con
maldad y con venenosa insidia en defectos ajenos –no en la denuncia de
crímenes, si existiesen, que sería encomiable y necesario; pero eso es otra
cosa y requiere valor–, agrandarlos con crueldad mientras se soslayan sus
posibles aciertos o virtudes, es de Malas Personas. Y las malas personas, por
muy bien, por muy correcta, perfecta y hasta creativa manera en que enhebren
frases y construyan párrafos, no son Periodistas. No pasarán de ser
gacetilleros de la injuria y de la mendacidad. Es decir, merecedores, con sobra
de méritos, de las seis EMES…
2 comentarios:
Mis respetos, Omar Ospina. Lo has dicho muy bien. Así mismo es.
Excelente!
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