lunes, 16 de febrero de 2015

Releyendo a Noam Chomsky

Existen desde siempre en el mundo intelectual, académico, científico, literario, agudos observadores de la realidad y de sus consecuencias. Son visionarios. No simples adivinos o arúspices que viven más en las nubes que en la tierra, sino visionarios en serio. A la luz del pasado y a la vista del presente, su inteligencia es capaz de prever lo que eventualmente pueda ocurrir años más tarde. Y no porque sean magos ni cosa parecida sino porque el ser humano y sus instituciones, son bastante predecibles. Pero se requiere conocerlos, analizarlos, interpretar sus dichos y sus hechos.

Hace años, aparte de hacernos sufrir en los viejos tiempos universitarios con su Gramática Transformacional, Noam Chomsky nos abría los ojos con sus textos de investigación y análisis de la política mundial y, sobre todo, con su visión crítica de la geopolítica estadounidense. Hoy, casi cincuenta años más tarde, sigue iluminando con sus observaciones y análisis el destino de Occidente e, incluso, del planeta. Tiene detractores, por supuesto. La vieja ultra derecha capitalista, y perdón por la redundancia, así como la izquierdita cooptada y globalizada que enterró a Marx y se adhirió con todo y trapitos a Friedman y su Escuela de Chicago ys e hicieorn panas de los Krause, Vargas Llosa, Castañedas, Openheimer y otros innombrables, no se ahorra en dicterios contra sus escritos y opiniones. Pero ahí está y se sigue produciendo y publicando sus opiniones, igualmente certeras y precisas. Y, curiosamente, son algunos “higiénicos” cooptados, con sus deslumbrantes aportaciones y originales descubrimientos lingüísticos, los que nos hacen volver los ojos a sus libros.

La frasecita me sonaba. En algún lado había escuchado o leído algo parecido. Y, por pura curiosa “casualidad”, la situación en Ucrania, Venezuela, Palestina, África y, en general, en una parte importante de América Latina, hoy bajo la amenaza de los escrutadores y vigilantes ojos del Tío Sam, me sugirió volver a varios de sus libros de los años sesentas y posteriores, en busca de respuestas: La responsabilidad de los intelectuales (1969), La Guerra del Asia (1970) y, sobre todo, La Segunda Guerra Fría, publicado inicialmente en 1973 y complementado con nuevos capítulos durante los siguientes años hasta la última edición de 1984, publicada por la Editorial Grijalbo en su sección Crítica. Es aleccionador. Y recordatorio. Cito (Página 24):

«“Cuando un periódico respetable miente, envenena a la comunidad”, proclama con grandilocuencia un editorial de The New York Times al condenar a un periodista del Washington Post por amañar una entrevista con un drogadicto. La forma más venenosa de mentir es distorsionar o suprimir la verdad por servir al Estado, especialmente ocultando la participación del Estado en la realización de actos violentos, matanzas y opresión (EEUU, México, Colombia, digo yo). Pienso que existen pruebas aplastantes de que esta es una característica típica de la (llamada) prensa libre».

Se refería Chomsky a la información que en los años sesentas ofrecían los medios norteamericanos a la comunidad, en lo referente al caso Watergate y la guerra de invasión a Vietnam.

Y sigue: «El sometimiento general de los medios de comunicación al “sistema de propaganda estatal” (¿les suena? Está de moda la expresión, algo modificada) no obedece a órdenes emanadas directamente del gobierno, a amenazas o coerción oficial, a decisiones centralizadas u otros recursos característicos de los estados totalitarios, sino a una compleja interacción de factores más sutiles”.

Lo de “factores más sutiles” se explica cuando dice: «… un periodista que desee hacer carera profesional tiene la opción de aceptar las reglas del juego, con la perspectiva de ascender a una posición de prestigio y privilegio, y a veces incluso de un cierto grado de poder (el metro cuadrado por el que tantos luchan y se esfuerzan por conservar), o seguir un camino independiente que, con toda probabilidad, solo le permitirá ocupar un puesto secundario…».

«La Política de los Estados Unidos sólo puede considerarse “defensiva” si uno contempla gran parte del mundo como posesión efectiva de los Estados Unidos, que debe, por ende, ser “defendida” de los elementos indígenas o de la intrusión de otras potencias que aspiran al tipo de poder e influencia de que gozan los Estados Unidos».

Todo lo anterior se refería, por supuesto, a la geopolítica norteamericana y a la actuación de los medios de ese país. Pero, extrapolando el asunto, bien puede extenderse a la interpretación que de la realidad latinoamericana ofrece la también llamada Prensa Libre de nuestros países, para no hablar de la de ellos y sus aplicados alumnos europeos tipo El País, de España, por ejemplo, sus corifeos de allá y sus replicantes de acá.


Viene a la memoria una de las frases iniciales: “La forma más venenosa de mentir es distorsionar o suprimir la verdad”, ya no para beneficiar al Estado sino para beneficiar intereses mercantilistas espurios y adherirse como lapa a los otros poderes que son, en la realidad, más eficaces y permanentes que el esporádico poder político que alguna tendencia desfavorable a esos intereses pueda obtener en un momento dado y por algún tiempo para gobernar a favor de causas que no son las tradicionales de los eternos dueños del cuartico.

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