Escucho
a menudo, más a menudo de lo que la pueril y poco meditada crítica merece, que
“ya no hay división entre izquierda y derecha”; que es “una nomenclatura falsa
que no explica nada” porque unos y otros son iguales y lo que buscan es
aprovecharse del poder en su propio beneficio. Y otras tantas inteligentes
sandeces por el estilo.
También se escucha, incluso de personas que
uno sabe muy bien que son comprometidas con la justicia, con la decencia, con
un posible equilibrio de fuerzas entre los de arriba y los de abajo, o sea
entre explotadores y explotados porque, con seguridad, pertenecen a esta ultima
categoría, aunque ese compromiso no lo exhiban mucho por una especie de asepsia
política para mí incomprensible; también se escucha, repito, decir que “No soy
de izquierda ni de derecha”. Algunos es posible que agreguen, “ni de centro”.
Lo cual, no ser de ningún lado, los coloca en un beatífico lugar imposible de
mantener porque en algún momento despotricará contra la derecha por explotadora
e injusta, o contra la izquierda por revoltosa y caníbal o contra el centro por
no ser ni chicha ni limonada. Y esa actitud de un par de segundos o de minutos,
los ubica quieran que no…
Aristóteles clasifico al bípedo implume en una
categoría de la que nadie puede escapar, si es un ser pensante y racional a
quien le importen su medio y su circunstancia, como Zoon Politikon… Es decir,
el ser humano es un Animal Político, aunque denigre de la política como
actividad pública o como ejercicio de gobierno. Algunos dirán que el viejo Ari
lo decía en el sentido de “Ser Social”, pero no es así. El animal irracional es
también social. Es el ser humano en cuanto tal y en cuanto animal también, pero
racional y pensante, el que, aparte de social, es un ser político, porque esa
condición es la extensión hacia los demás de su educación, de su formación, de
sus actitudes e incluso de sus creencias. Quien se abstraiga totalmente de la
política, se abstrae de la humanidad que lo rodea. Y eso sólo lo hacen los
ermitaños. Palemón el Estilita para recordar uno grato a la memoria, que
sucumbió de todos modos a “la bella cortesana” que lo encandiló, bajó de su
columna y se integró al mundo al lado de ella, “a la vista de la muda, a la vista
de la absorta caravana”. Es decir, se asumió ser político…
Todo ello aparte de que asegurar sueltos de
huesos y de lengua que “yo no me meto en política”, es ya una posición política
aunque sea deleznable por indiferente o por ignorancia voluntaria de la realidad.
Además, lo cual también es obvio, que pretender “no tomar partido” es una toma
de partido por la intrascendencia individual o la irresponsabilidad social.
Recordemos el famoso poema de o atribuido a Bertold Bretch, que todos
seguramente saben de memoria.
No se puede vivir colgado del aire porque
algún rato se cae al duro suelo, ni se puede eludir el tomar partido porque la
vida misma lo obliga a uno a fijar posiciones, sean ofensivas o defensivas.
Hay algunas pistas para demoler tan frágiles
edificios críticos. En primer lugar, los conceptos de “izquierda” y “derecha” que
parecen tener origen en la ubicación de los asambleístas durante la Revolución
francesa –a la derecha los conservadores y a la izquierda los reformistas–, no
han dejado de significar lo que entonces significaban: conservadores y
reaccionarios al cambio, frente a reformistas que persiguen el ideológico,
político y real avance de la sociedad. Ni más ni menos.
Que el ejercicio práctico de la Política, en
algunas ocasiones, haya juntado a los dos extremos en el campo medio de las
ambiciones personales o de las conveniencias electorales y políticas, no
implica que la izquierda haya dejado de caminar –o al menos de intentarlo– hacia
el equilibrio económico y la justicia social, o que la derecha haya renunciado al
estatismo conservador y la parálisis mental. Es un problema ético más que
ideológico o político el hecho de que unos y otros cedan a la ambición de poder
o de dinero. Esa es cosa propia de las derechas, que para eso están desde
tiempos inmemoriales, aun antes de llamarse tales: enriquecerse, defender y
aumentar esas riquezas, y para ello, controlar el poder social y político. Ese
es su objetivo de vida, su proyecto vivencial. A las izquierdas las mueven
otras cosas aunque a veces, como se dijo, los individuos se dejen llevar no por
la ética ola ideología sino por la ambición y la codicia. Tales cosas son: la
justicia social, el equilibrio económico, el respeto a las diferencias. Esas
minucias improductivas e intrascendentes…
Por otra parte, el Poder efectivo ha estado
siempre, incluso desde los intentos de gobernabilidad en la antigua Grecia, en
manos de las altas clases dirigentes, sean filósofos, sabios y pensadores como
en Atenas; aristócratas, nobles y señores feudales como en la Edad Media; comerciantes,
burgueses y empresarios como en los siglos posteriores a la Revolución Francesa . E incluso, en manos de burócratas civiles
militares o religiosos que se adueñan del poder y convierten las naciones en su
hacienda particular, como ocurriera durante las dictaduras del Cono Sur, u
ocurre con las Satrapías del Oriente Medio, o como sucedió durante los setenta
años de Comunismo estalinista en la fenecida Unión Soviética, sin desconocer
los logros que en ámbitos importantes como educación, ciencia, tecnología,
salud y otros espacios, produjera la Revolución de Octubre.
Hoy, ese poder lo siguen ejerciendo las
derechas desde sus mansiones urbanas, sus oficinas en las grandes capitales o
sus propiedades rurales en donde ellos siguen siendo amos y sus trabajadores
siervos; son lo que han sido: dueños de vidas y haciendas, administradores –y
en algún caso paradigmático, como es el de la Reserva Federal en los EEUU, los
propietarios– del sistema financiero global, que manejan las crisis a su antojo
y conveniencia y luego, cuando la codicia rompe el saco y provoca el desastre,
exigen a los Estados “salvar la Economía”.
Hay otros dueños o administradores del Poder también,
con más mala imagen pero igualmente perniciosos: mafiosos de variopinta clase
como narcotraficantes, tratantes de personas, traficantes, vendedores y
fabricantes de armas, cuna eterna de gran parte de la riqueza de la humanidad;
o esa otra mafia que son los grandes laboratorios de farma; o las empresas
multinacionales que ya no tienen límites estatales a su ambición y pueden hacer
de las leyes tributarias y laborales lo que les viene en gana; o los “capos” del
sistema financiero internacional, verdadero propietario y administrador del
mundo actual, al que manejan manipulando reservas y cotizaciones y cifras de
las monedas o de los recursos naturales del planeta.
Por supuesto, una definición clara e
inequívoca de lo que significa “izquierda” o “ser de izquierda”, ha de anidar
en el concepto mismo que habita en esa idea. Es decir, que cualquiera que
piense la ha de tener “en la punta de la lengua”. Tal vez lo que haga falta sea
convertir la idea, el concepto filosófico, ideológico y político, en palabras
que se puedan juntar en una frase comprensible y más o menos certera, que le dé
valor lingüístico y semántico a la idea.
No trato ni me propongo ser original pues la
frase, como dije, ha de estar en “la punta de a lengua” de muchas personas
desde hace tiempos. Pero sugerí una hace pocos días ante la pregunta de algún
habitante del cyberespacio: ¿Y que es izquierda? Le dije y lo ratifico aquí, en
esta reflexión:
“Izquierda es ese lugar intelectual,
ideológico, político y ético, en el cual el Ser Humano es más importante que la
propiedad, el capital, el dinero y las mercancías”.
Nada más. Pero también, nada menos. Yo me
ubico en ese lugar: Soy de izquierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario