Arrojada a las profundidades de la
cañada la basura, emprendió el regreso por el mismo sendero. Bajo el brazo,
apretada, la caja de cartón desarmada y el saco de yute vacío. Desde lo alto de
la loma, el pastizal descendía raudo y parejo hasta el camino. Ya conocía las
sinuosidades y altibajos de la ruta. Al final, un corto trecho escapaba a la
vista y terminaba casi plano, ya lo sabía, al borde del sendero. Apenas para la
frenada minuciosa. Puso el costal vacío sobre el cartón, sentóse a horcajadas,
y se impulsó con los pies descalzos, cuesta abajo. Sonrió divertido y se tocó
el diente flojo con la lengua: era el segundo que perdería…
La lluvia pertinaz del fin de semana,
había penetrado inevitable por una grieta oculta por el pasto,
saturada ya por el prolongado invierno. Durante la noche anterior, un trozo del
barranco se había desprendido de la última e invisible parte de la loma, que
terminaba ahora en caída brusca y en un salto de casi tres metros hasta el
terraplén acumulado a la vera del camino de mulas y viandantes.
No lo advirtió sino al llegar al
borde: por el aire volaron cartón, costal y chicuelo, que aterrizó primero y de
cara en el húmedo tierrero. La pendiente ya somera, el fugaz vuelo del
improvisado pájaro implume, el exiguo peso de su figura menuda y enclenque, la
tierra floja y amigable, amainaron el golpe. Pero su cara quedó algo hundida en
el barro. El cartón, más liviano aún, planeó un par de segundos y aterrizó en
su cabeza, provocándole una sonrisa que exhibía un oscuro y diminuto hueco por
el que asomó, burlón, la punta de la lengua. Ya no estaba el diente flojo: brillaba
insolente en la huella del rostro dibujada en el barro: “Le ahorré a mi tía el
hilo y la cerrada de la puerta”, pensó. “Pero me perdí el beso”…
Se levantó, guardó el diente en el
bolsillo de la camisa, agarró costal y cartón, e inició el regreso a la casa
mientras se sacudía la ropa embarrada y enfrentaba mentalmente su primera
preocupación: “La abuela se va a enojar. Le diré que me saqué el diente yo solo
para que no me regañe”.
Y echó a andar camino arriba mientras
rumiaba su primera filosofía.
Deslizaderos infantiles: ¿cuál prefieren?
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