Vi anoche
una película que arrasó con los Globos de Oro y tuvo, creo, un par de mezquinas
nominaciones al Oscar. Merecía al menos cuatro, una de ellas a J. K. Simmons
como mejor actor de reparto. Pero no es una película Políticamente Correcta.
Es, realmente, una apología, si se quiere ver así con algo de fundamentalismo
spockiano –del Dr. Benjamóin Spock, el gurú de la condescendencia y la permisividad
en la crianza de los niños, que generó por exageración una conducta paternal de
“a los niños no se los toca sino que se los mima”– del maltrato infantil. No
juzgo, solo anoto que la película está, justamente, en contravía con esa
condescendencia.
Llega a decir el profesor Fletcher (j.K.
Simmons), en una charla con su alumno en la mejor escuela de música
de los EEUU, luego de que lo expulsan por “maltrato a los alumnos”, que las dos
palabras que más mal le han hecho a la cultura moderna occidental, son: Good Job.
Un dañino homenaje al simple cumplimiento del deber, cuando el ser humano
puede, y debe, ir más allá de sus posibilidades. Exprimir al máximo sus aptitudes
sin quedarse en la mediocridad de la manida y socorrida fase: “El que hace lo
que puede, no está obligado a más”. Cinta de largada de la mediocridad que nos
acosa y nos arropa con el manto del menor esfuerzo.
Al
argumento es simple, la puesta en escena parca –casi toda la cinta transcurre
en una sala escolar de ensayos de una banda de música–, la actuación de los
dos protagonistas memorable, sobre todo el pérfido y super exigente profesor
Terence Fletcher, y la lección final humanamente válida: para obtener algo que
valga la pena en la vida, hay que sacrificar mucho. Si cree que no se puede o
no quiere, renuncie y dedíquese a otra cosa más fácil. Lo cual me lleva a un
recuerdo personal y disculpen la intromisión de la memoria remota.
Cursaba
segundo curso y me gustaban la literatura, el idioma, la gramática, esas cosas
inútiles. Culpa de mi abuela, como he contado algunas veces. Bueno, pues tenía
un profesor de ortografía y castellano que se llamaba Eduardo Candamil. Son 60
años de eso, y me parece verlo. Me sacó al tablero y me dictó un texto de 5 líneas. Tablero de pizarrón con tiza y borrador de madera y paño. Escribí las
5 líneas, me hizo sentar y me espetó: en la tarde, escribes 5 mil (sí, 5.000)
veces división en el tablero. Yo había escrito: DIVICIÓN.
Salimos
a las 5 y me quedé y se quedó conmigo. Estuve dos horas escribiendo y borrando,
escribiendo y borrando el tablero. Creo que unas 50 veces si calculo que en el
tablero cabían unas 100 “divisiones” en cada turno. Cuando terminé, estaba
cubierto de tiza de la cabeza a los pies, y no podía levantar la mano derecha.
Me dolió 3 días. Pero jamás volví a escribir DIVICIÓN…
Fue, más
o menos, así, como el profesor de música Terence Fletcher sacó de su
alumno Nayman, lo mejor que este podía dar de sí… Como lo demostró en el
concierto de postulación a la Orquesta del Lincoln Center en el Carnegie Hall
de Nueva York, en el cierre del filme. ¿Es maltrato imperdonable, es tortura
inconcebible, es maldad? O es, simplemente, tratar de que alguien con talento
se dé cuenta de que lo tiene y no lo desperdicie por conformismo y falta de
esfuerzo. Yo tengo para mí que toda persona inteligente y talentosa, niño o
adulto, necesita de vez en cuando una buena patada en el culo que lo impulse
hacia la meta…
Véanla y juzguen ustedes mismos. Yo no olvidaré
jamás a mi maestro de castellano en segundo curso… Y con cariño.
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