De la soberbia a la humillación… de la
humildad a la gloria
Antecedentes nada deportivos

Luego
de allí, sin embargo, la inminencia primero y la realidad después de la Segunda
Guerra Mundial, impidieron la competencia a lo largo de los años cuarenta,
aunque hubo un intento en 1948, con sede solicitada por Argentina, que contaba
ya con el formidable equipo triunfador en la Copa América de 1945, 1946 y 1947,
esta última en Guayaquil y a la que no asistió Brasil, derrotado en las dos
anteriores. Pero las federaciones europeas obstaculizaron el evento alegando la
crisis económica ocasionada por la Guerra, y el Campeonato se decidió para
Suiza en 1939, y finalmente postergado para Brasil en 1950. Acudieron doce
selecciones: España, Suecia, Yugoslavia, Suiza, Italia,
Inglaterra, Chile, Estados Unidos, Paraguay, Bolivia, México y el ganador del
primer Mundial, Uruguay. Alemania no fue invitada por los crímenes de guerra
cometidos por los nazis durante la década que terminó con su derrota en 1945.
El anfitrión era, pues, el participante numero 13…
Brasil,
que ya tenía inscritos en la historia algunos nombres proceros como Domingos
Daguía, Heleno Da Freitas, Leonidas da Silva, Zizinho, Jair, Adhemir…, era un
cuadro extraordinario y compartía favoritismo con Inglaterra. El equipo carioca
había quedado campeón sudamericano en 1949, justa a la que no asistió
Argentina, disminuida su selección por un conflicto con sus jugadores, los
mejores de los cuales emigraron a Colombia, no afiliada a la FIFA, en una
huelga de jugadores que Brasil e Inglaterra, los otros supuestos favoritos para
el Mundial, observaron con mal disimulada alegría.
El
conflicto impidió que jugadores como Alfredo Distefano, Adolfo Pedernera, Ángel
Perucca, Julio Cozzi, José Manuel Moreno, Ángel Amadeo Labruna, Néstor Raúl
Rossi y otros más que conformaban un verdadero Dream Team, jugaran el mundial
de 1950, ni el siguiente Suiza/54. La diezmada selección gaucha apenas lograría
reponerse del éxodo siete años más tarde, cuando conformó el otro Dream Team,
el de los “Carasucias” de 1957, campeones sudamericanos en Lima con un
contundente 3 por 0 final ante Brasil. Y que no fueron a Suecia pues fueron
vendidos a Italia sus artífices Maschio, Angelillo y Sívori, y al Real Madrid
su arquero Domínguez. El solitario Omar Orestes Corbata, puntero derecho de
aquel equipo de ensueño, fue la solitaria golondrina en Suecia. Y así les fue.
La FIFA, manejada entonces por el inglés Sir Stanley Rous, prohibía que los
jugadores contratados por equipos extranjeros, jugaran para su seleccionado
nacional… El camino, entonces, para Brasil y quizás para Inglaterra en aquel
1950, aparecía expedito. Tanto como lo sería en 1958.
El fútbol llegaba por aire

Aquella
contienda llegaba al pueblo en las páginas de la revista El Gráfico, a la que estaba suscrito el padre futbolero de un amigo
de niñez, y en las ondas de la por entonces incipiente radio deportiva
colombiana, que también exhibía nombres ilustres: Joaquín Marino López, el
costarricense Carlos Arturo Rueda C., y dos ecuatorianos, Fernando Franco
García y Alfredo Araujo Gámez, quienes por muchos años fueron los narradores
deportivos de la ciudad. Y de cuyo origen me enteré viviendo en Quito, 30 años
más tarde.
Así que del 24 de junio al 16 de
julio de ese año inolvidable, la abuela me permitió el uso de su radio Grundig
para que escuchara entre chirridos, voces lejanas que se perdían por momentos,
y la luz del pueblo que se iba el rato menos pensado, los partidos que se
llevaban a cabo en el lejano estadio de Maracaná, en Río de Janeiro, construido
justamente para que allí se llevara a cabo el campeonato mundial que, sin duda
alguna, ganaría el invencible equipo brasileño. Tan seguros estaban directivos,
jugadores, autoridades nacionales y todo el pueblo del Brasil, que las medallas
para los integrantes del equipo estaban listas con sus nombres, y los afiches
Brasil Campeón habían sido elaborados y se aprestaban a desplegarse a lo ancho
y largo de la gran nación. Hasta los jugadores llevaban puesta, bajo la
camiseta del uniforme blanco que entonces lucían, otra que decía: Brasil Campeón…
Y comienza el partido…
Los
cariocas habían derrotado a sus primeros rivales sin mayor contundencia, pero
en la semifinal arrasaron sin misericordia a Suecia 7 a 1 y a España 6 a 1.
Era, desde luego, un gran equipo con jugadores de jerarquía indiscutible. Pero
también era cierto que los rivales, ante la eficacia del equipo y la calidad de
sus jugadores, entraban a la cancha casi derrotados. Jugaban a no perder por
muchos goles ante Brasil. “No más de cuatro” les pidieron, resignados y
cobardes, a sus jugadores, los dirigentes del equipo uruguayo, antes de
enfrentar la final contra el monstruo brasileño. Por fortuna para el fútbol,
los dirigentes no juegan…

La verdad es que, ausente Argentina
por las fricciones entre las federaciones gaucha y carioca y la ausencia de sus
mejores jugadores, mi entusiasmo no era mayor pero se inclinaba sin dudas por
el Uruguay de Máspoli, Tejera, Míguez, Gambetta y Schiafinno, de todas maneras
jugadores del río de la Plata como los argentinos.
Sin
embargo, la escandalera en el Maracaná se reinició con el comienzo del segundo
tiempo, y se acrecentó en decibeles inmedibles con el gol del brasileño Friaça,
por pase de Jair, a pocos minutos del reinicio. El rugido de la multitud se
escuchaba entre los estertores de las ondas radiales, pues los comentaristas
que cubrían el evento estiraban los micrófonos para recoger el aullido de los
hinchas. Parecía que empezaba la fiesta.

El gol de Friaça fue, por supuesto,
legítimo. Sin embargo, el capitán uruguayo, el “Negro Jefe” Obdulio Varela, se
irguió en la cancha, se encaminó a su portería con paso lento pero decidido,
agarró el balón que reposaba ya quieto en el fondo de la red, y se lo puso bajo
el brazo. Así armado, fue adonde el juez de línea para reclamar un inexistente
fuera de lugar. Luego, con la misma parsimonia y con el balón asegurado en la
axila derecha, se encaminó al centro del campo, puso la pelota en el piso, allí
donde el círculo de cal señala el centro de la cancha, y pidió un interprete
para hablar con el árbitro inglés Mr. Reader, y reclamar el fuera de lugar… La
pícara y teatral actitud de Varela estiraba el tiempo, enfriaba el partido,
silenciaba a los hinchas que miraban sorprendidos hacia el recio capitán de la
Celeste. Cuando ya Varela consideró que las cosas estaban en su lugar, miró a
sus compañeros y les dijo: “Ahora sí, a ganar el partido”.
Brasil era campeón con el uno a
cero. Y fue entonces cuando la figura de Obdulio Varela creció a una altura que
los jugadores de Brasil no atinaban a comprender. El gran capitán se echó el
equipo al hombro, como suelen decir los imaginativos narradores de fútbol, y
unos pocos minutos después del gol de Friaça, Juan Alberto Schiaffino recibió
de la derecha un pase de Alcides Ghiggia, y embocó un zapatazo que Moacyr
Barbosa, el arquero brasileño, apenas vio pasar. Uno a uno. Brasil aún era
campeón. Pero el empate con el modesto Uruguay no era lo que el público quería.
Ni los jugadores. Ni el país entero. De modo que el estadio fue enmudeciendo
poco a poco. El rugido se hizo murmullo…
Y a los 81 minutos, nueve antes del final,
Varela cede un pase profundo a Ghiggia que enfila por la derecha eludiendo a
Bigode; este retrocede esperando el pase, Gigghia llega a la raya final, amaga
el mortífero centro atrás que ya esperaban Gambetta y Schiaffino, el arquero
Barbosa se come el amague… y deja un hueco minúsculo hacia su palo izquierdo:
por allí entra el tiro seco de Ghiggia quien, en ese último segundo, apuesta a
lo imposible y tira al arco… Gol de Uruguay. Dos a uno y Uruguay es campeón del
mundo entre el ensordecedor silencio de los doscientos mil hinchas brasileños…
y el tímido rumor de cien uruguayos que no podían creer lo que ocurría en el
césped del Maracaná. Y que poco a poco fueron subiendo el volumen hasta cuando
el murmullo se hizo canto de triunfo, grito de gloria.
Entre el desprecio y el olvido
El caballero francés Jules Rimet,
Presidente de la FIFA, se había retirado unos minutos antes para recoger la
Copa y repasar un corto discurso de felicitación para los campeones brasileños.
Al regresar a su puesto, el silencio del Estadio y los jugadores uruguayos
abrazados en el campo, le informaron que algo extraño sucedía. Fue a la cancha
pero no encontraba a quien entregarle el trofeo. Y cuando ya se disponía,
despistado, a ponerla en manos del Capitán del equipo brasileño, Obdulio Varela
se la arrancó de las manos: era su legítimo dueño. Luego salió de la cancha sin
la escolta de agentes de la policía que el protocolo le había asignado, pero
que no podían cumplir con su cometido: estaban ocupados llorando… El previsto himno
nacional brasileño no alcanzó a sonar por los altoparlantes.

Un
conocido periodista brasileño, Mario
Filho, escribió: “La ciudad cerró sus ventanas, se
sumergió en el luto. Era como si cada brasileño hubiera perdido al ser más
querido. Peor que eso, como si cada brasileño hubiera perdido el honor y la
dignidad”. Ary Barroso, el músico autor de “Acuarela do Brasil”, que narraba el
encuentro para toda la nación, abandonó para siempre la profesión de periodista
deportivo. Siguiendo su ejemplo, decenas de aficionados no volverían nunca más
al Estadio. Y hasta unos cuantos, más trágicos, optaron por el suicidio…
La mayoría de integrantes del equipo brasileño cayó
en el olvido. Ni siquiera el goleador del torneo con 9 tantos, Ademir Menezes,
lograría el reconocimiento a su logro. Nadie lo tomó en cuenta. Y al arquero
Moacyr Barbosa se le culpó directamente de la tragedia, hasta el punto de que,
más de 30 años después, una mujer lo reconoció en un mercado y le dijo a su
pequeño hijo: “Ese es el hombre que hizo llorar a todo Brasil”. Murió el 7 de
abril de 2000, en absoluta pobreza. Unos días antes le había confesado a un
periodista: “En Brasil, la pena mayor
que establece la ley por matar a alguien es de treinta años de cárcel. Hace
casi cincuenta años que yo pago por un crimen que no cometí y sigo encarcelado.
La gente todavía dice que soy el culpable. No fue culpa mía, éramos once”.

Del otro lado tampoco fueron muy diferentes las
cosas. Para la dirigencia oficial del fútbol uruguayo tampoco la victoria fue
recordable. Los jugadores campeones recibieron como premio un auto que al
capitán Obdulio Varela le robaron una semana después. Y eso fue todo en los
años siguientes. Pues a pesar de la hazaña, Varela murió en la pobreza. Pero el
gobierno hizo por él, ya muerto, lo que jamás hizo en vida del héroe del
Maracaná: se encargó de los gastos del entierro…
NOTA FINAL: Vaya esta crónica para los facebokeros,
en recuerdo de Alcides Ghigia, muerto ayer de un infarto en Montevideo, justo
el día en que se cumplían 65 años de su gol triunfal contra Brasil. Que juegue
muchos partidos allá, en el cielo del fútbol…
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