Existen desde siempre en el mundo
intelectual, académico, científico, literario, agudos observadores de la
realidad y de sus consecuencias. Son visionarios. No simples adivinos o
arúspices que viven más en las nubes que en la tierra, sino visionarios en
serio. A la luz del pasado y a la vista del presente, su inteligencia es capaz
de prever lo que eventualmente pueda ocurrir años más tarde. Y no porque sean
magos ni cosa parecida sino porque el ser humano y sus instituciones, son bastante
predecibles. Pero se requiere conocerlos, analizarlos, interpretar sus dichos y
sus hechos.
Hace años, aparte de hacernos sufrir
en los viejos tiempos universitarios con su Gramática Transformacional, Noam
Chomsky nos abría los ojos con sus textos de investigación y análisis
de la política mundial y, sobre todo, con su visión crítica de la geopolítica
estadounidense. Hoy, casi cincuenta años más tarde, sigue iluminando con sus
observaciones y análisis el destino de Occidente e, incluso, del planeta. Tiene
detractores, por supuesto. La vieja ultra derecha capitalista, y perdón por la
redundancia, así como la izquierdita cooptada y globalizada que enterró a Marx
y se adhirió con todo y trapitos a Friedman y su Escuela de Chicago ys e hicieorn panas de los Krause, Vargas Llosa, Castañedas, Openheimer y otros innombrables, no se
ahorra en dicterios contra sus escritos y opiniones. Pero ahí está y se sigue
produciendo y publicando sus opiniones, igualmente certeras y precisas. Y,
curiosamente, son algunos “higiénicos” cooptados, con sus deslumbrantes
aportaciones y originales descubrimientos lingüísticos, los que nos hacen volver
los ojos a sus libros.
La frasecita me sonaba. En algún
lado había escuchado o leído algo parecido. Y, por pura curiosa “casualidad”,
la situación en Ucrania, Venezuela, Palestina, África y, en general, en una
parte importante de América Latina, hoy bajo la amenaza de los escrutadores y
vigilantes ojos del Tío Sam, me sugirió volver a varios de sus libros de los años sesentas
y posteriores, en busca de respuestas: La responsabilidad de los intelectuales (1969), La Guerra del
Asia (1970) y, sobre todo, La Segunda Guerra Fría, publicado inicialmente en
1973 y complementado con nuevos capítulos durante los siguientes años hasta la
última edición de 1984, publicada por la Editorial Grijalbo en su sección
Crítica. Es aleccionador. Y recordatorio. Cito (Página 24):
«“Cuando un periódico respetable
miente, envenena a la comunidad”, proclama con grandilocuencia un editorial de
The New York Times al condenar a un periodista del Washington Post por amañar
una entrevista con un drogadicto. La forma más venenosa de mentir es
distorsionar o suprimir la verdad por servir al Estado, especialmente ocultando
la participación del Estado en la realización de actos violentos, matanzas y
opresión (EEUU, México, Colombia, digo yo). Pienso que existen pruebas
aplastantes de que esta es una característica típica de la (llamada) prensa
libre».
Se refería Chomsky a la información
que en los años sesentas ofrecían los medios norteamericanos a la comunidad, en
lo referente al caso Watergate y la guerra de invasión a Vietnam.
Y sigue: «El sometimiento general de
los medios de comunicación al “sistema
de propaganda estatal” (¿les suena? Está de moda la expresión, algo
modificada) no obedece a órdenes emanadas directamente del gobierno, a amenazas
o coerción oficial, a decisiones centralizadas u otros recursos característicos
de los estados totalitarios, sino a una compleja interacción de factores más
sutiles”.
Lo de “factores más sutiles” se
explica cuando dice: «… un periodista que desee hacer carera profesional tiene
la opción de aceptar las reglas del juego, con la perspectiva de ascender a una
posición de prestigio y privilegio, y a veces incluso de un cierto grado de
poder (el metro cuadrado por el que tantos luchan y se esfuerzan por conservar),
o seguir un camino independiente que, con toda probabilidad, solo le permitirá
ocupar un puesto secundario…».
«La Política de los Estados Unidos
sólo puede considerarse “defensiva” si uno contempla gran parte del mundo como
posesión efectiva de los Estados Unidos, que debe, por ende, ser “defendida” de
los elementos indígenas o de la intrusión de otras potencias que aspiran al
tipo de poder e influencia de que gozan los Estados Unidos».
Todo lo anterior se refería, por
supuesto, a la geopolítica norteamericana y a la actuación de los medios de ese
país. Pero, extrapolando el asunto, bien puede extenderse a la interpretación
que de la realidad latinoamericana ofrece la también llamada Prensa Libre de
nuestros países, para no hablar de la de ellos y sus aplicados alumnos europeos
tipo El País, de España, por ejemplo, sus corifeos de allá y sus replicantes de
acá.
Viene a la memoria una de las frases
iniciales: “La forma más venenosa de mentir es distorsionar o suprimir la
verdad”, ya no para beneficiar al Estado sino para beneficiar intereses
mercantilistas espurios y adherirse como lapa a los otros poderes que son, en
la realidad, más eficaces y permanentes que el esporádico poder político que
alguna tendencia desfavorable a esos intereses pueda obtener en un momento
dado y por algún tiempo para gobernar a favor de causas que no son las
tradicionales de los eternos dueños del cuartico.
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