miércoles, 16 de diciembre de 2015

HISTORIA PERSONAL DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS

PRESENTACIÓN

La historia ya larga de casi tres mil años, de los Juegos Olímpicos, es abundosa en hechos hazañosos y trágicos, audaces y tímidos, transparentes y turbios, que bien merece un recuento de los acontecimientos que se inician en año 776 de la Era Antigua, se suspenden por decisión de Teodosio I en el año 393, y se reanudan en 1896 por iniciativa del noble francés Pierre Frèdy, Barón de Coubertin, quien funda en 1894 el Comité Olímpico Internacional, y propone reanudar los Juegos Olímpicos 2672 años después de haberse iniciado en Olimpia, Grecia, y a 2289 años de su cristiana eliminación.
Barón de Coubertin
         Si bien no existen relatos confiables de los Juegos primitivos, aparte de que en lugar de medallas de Oro, Plata y Bronce los atletas triunfadores sólo recibían una corona de Olivo y el honor de la victoria, a partir de su reanudación en 1896, en Atenas, las 27 Ediciones reales y las 3 suspendidas de los juegos tienen una historia rica en hechos humanos, sociales, políticos, violentos… y hasta deportivos, claro está.
         Es a esa historia de 120 años a hoy, y a sus numerosos avatares, a la que dedicaremos durante las siguientes 33 semanas, un capítulo que corresponderá, cada uno, a los 27 juegos efectivamente realizados, a los 3 suspendidos, a los juegos intermedios de 1906, y al recuento de las hazañas, las tragedias y los fraudes que en estos ciento veinte años ha hecho posibles la actividad deportiva más antigua y más famosa del mundo.
         A  tales Capítulos agregaremos uno final con los preparativos, problemas, expectativas y acciones relacionadas con los Juegos de 2016, en Río de Janeiro, Brasil. De esta recopilación de hechos históricos, saldrá a circulación en agosto de 2016, si algún Editor de verdad se anima a publicarlo, un libro que compendie los acontecimientos narrados.

Bienvenidos los lectores a este repaso de una actividad que cada 4 años, tiempo que los antiguos griegos denominaron Olimpíada, concita el interés de al menos 3 mil millones de personas en todo el Planeta. Tanto como, para equiparar no para comparar, el Campeonato Mundial de Fútbol, también con sus héroes y sus villanos.


Olimpíadas: mucho más que sudor y medallas

Los Juegos Olímpicos que se llevaron a cabo en Atlanta (EE.UU.) en 2012, fueron la vigésimo séptima edición de la segunda época de una justa deportiva que nació en la antigua Grecia, se mantuvo mil años, y desapareció hasta hace una centuria. Esta es la crónica de esa primera época hasta su centenario reinicio en 1896.

De Marathon a la Maratón
En el año 490 de la Era Antigua., los griegos –atenienses– al mando del General Milcíades, derrotaron al invasor persa Darío en la llanura de Marathon, cerca de Atenas. Al terminar la batalla un soldado de nombre Filípides (como cualquier manabita) corrió hacia Atenas a dar la buena nueva. La distancia era de 42 kilómetros 193 metros exactamente, y el buen Filípides, que seguramente era mejor soldado que atleta, llegó a justo a tiempo para exclamar: "Alegráos, hemos vencido", y cayó muerto por el esfuerzo. No alcanzó ni a recibir una medalla. Tampoco se supo el tiempo que tardó en recorrer la distancia pues no existía Omega, la marca suiza de relojes que cronometra los tiempos en las Olimpíadas. En realidad, ni siquiera existía Suiza.
Spiridon Louis
En memoria del esforzado Filípides, un estudiante francés de filología, Michel Breal, aficionado a la mitología griega, ofreció con ocasión de los Primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, celebrados en Atenas en 1896, una copa de plata al primer atleta que lograra cubrir la distancia entre Marathon y Atenas. El millonario griego Georgios Averloff, mecenas de estos primeros juegos, no quiso ser menos que el estudiante galo y ofreció al ganador un millón de dracmas, un vaso antiguo y… la mano de su única hija.
Veinticinco fueron los participantes en esta primera maratón, entre ellos doce griegos que se habían preparado a fondo para hacer respetar el orgullo de los antiguos atletas helenos. La carrera era la última competencia, y Grecia no había alcanzado aún ninguna medalla. Para colmo, la prueba empezó a ser dominada por el australiano Flack, el francés Lermusiaux y el americano Blacke. Casi finalizaba con Blacke al frente y ni un griego a la vista, cuando el sol abrasador del verano fundió al gringo como lo había hecho ya con el francés y el australiano. Y apareció Spiridon Louis, un mostachudo campesino vendedor de agua en Atenas, quien se alzó con la victoria que incluía, como sabemos –además de una corona de laurel–, la copa de plata del inventor Breal, y el vaso griego, el millón de dracmas y la hija del millonario Averloff. Y una página en la historia. Sin embargo, parece que al vencedor se le olvidó reclamar la guambra heredera pues el estado griego, agradecido por el honor conquistado por su héroe olímpico, hubo de velar por su existencia hasta el día de su muerte, en los años cuarenta.

Un origen remoto y mítico
Pero los Juegos Olímpicos tampoco empezaron con el corajudo Filípides quien, como vimos, nada tuvo que ver en el asunto. Su gesta fue más patriótica que deportiva. El asunto se remonta a los habitantes del monte Olimpo. Según el historiador Pausanias, los instituyó Hércules en aquellos tiempos cuando los dioses solían dejarse ver de los mortales, hacer travesuras, tener hijos con las terrestres y originar mitos.
La leyenda dio el motivo. En el año 884 E.A., la ciudad de Olimpia era dominada por Ifito, rey de los Eolos, en Esparta gobernaba con sabiduría Licurgo, y el resto de Grecia pertenecía a Cleóstenes, rey de Pisa. Los tres, como es vieja costumbre de la humanidad, estaban en guerra. Pero, al contrario de los estadistas modernos, decidieron firmar un armisticio y decretar una tregua durante la cual se llevarían a cabo unas pruebas atléticas en Olimpia, declarada para el efecto ciudad abierta. A sus puertas todo el mundo debería dejar las armas –y los atletas la ropa– y limitarse a competir deportivamente en algunos eventos que incluían carreras a pie, lucha y boxeo. Sin guantes, claro está.

Ruinas de Olimpia
Sin embargo, no fue sino hasta el año 776 E.A., cuando los juegos tomaron la forma que hoy se conoce, y empezaron a realizarse cada cuatro años. Tan estrictamente que desde el 490 E.A., los griegos contaron el tiempo en Olimpíadas. A comienzos de la Era Moderna y cuando los romanos dominaban Grecia, Lucio Cornelio Sila saqueó a Olimpia y se llevó a Roma la 175a. edición de los Juegos. Pero el Cristianismo, que era ya la religión del Imperio, no aceptó costumbre tan pagana –era un horror: ¡los atletas corrían desnudos!– y los abolió en el año 324. Años más tarde, en 393, Teodosio I el Grande celebró su bautismo  e incorporación al Cristianismo con un decreto que prohibía definitivamente los Juegos. Y para que no hubiese dudas al respecto, Teodosio II y Honorio, los dos Césares que se habían repartido el ya decadente Imperio, destruyeron a Olimpia en el año 426.
Teodosio I
Tendrían que pasar 1.470 años desde entonces para que el mundo pudiera asistir de nuevo a las competencias deportivas que, en su versión primigenia, obligaban a suspender guerras, batallas y enojos entre pueblos y naciones, para que pudieran tener lugar en paz. Hoy no es así. Al contrario, los Juegos Olímpicos de la Era Moderna deben suspenderse para que otros hombres, supuestamente más civilizados que los antiguos, puedan matarse entre sí con lo que encuentren. Tal ocurrió con los juegos de 1916 a causa de la Primera Guerra Mundial, y con los de 1940 y 1944 debido a la Segunda. Nuestra muy cristiana civilización prefiere la sangre con ropa en lugar del sudor al desnudo. Pero esa es otra historia, así que volvamos a los orígenes.


Requisitos y el primer ganador
No todo el mundo podía competir en los antiguos Juegos Olímpicos. Entre varios requisitos había cinco impajaritables: ser griego, no ser esclavo, ser hijo legítimo, no estar deshonrado, y haber entrenado durante los últimos diez meses (ahora esto se puede suplir con algunos esteroides…). ¡Ah!, y ser hombre. A las mujeres ni siquiera se les permitía ingresar a Olimpia durante los juegos, pero sí se les encomendaba encender la llama olímpica, misión exclusiva de las sacerdotisas. Pero que, luego de encender la tea, desaparecían del escenario.
En el mencionado año 776 E.A., los Juegos constaban de apenas una prueba que consistía en una vuelta al estadio, que medía 192,3 metros. La distancia tiene dos posibles orígenes, ambos míticos: unos dicen que era la medida de 600 huellas de Hércules, lo cual indica que el semidios griego tenía un pie de 32 centímetros a pesar de que, según Pitágoras, medía solamente 1.72 de estatura. Más o menos como el promedio de la nueva generación de guambras latinos. Otra versión también refiere a Hércules y dice que la distancia del estadio era lo que el héroe alcanzaba a correr sin respirar.
La carrera permaneció como competencia única durante varias olimpíadas, hasta cuando, en la décimo tercera edición, se incluyó el diádulo, dos estadios, 384,6 metros. A partir de la décimo cuarta edición se empezaron a correr pruebas de fondo, en las que sobresalía la de 20 estadios, o sea 3.846 metros. Rolando Vera hubiera ganado sobrado…
También hay noticias del atleta ganador en la primera olimpíada. Se llamaba Coroebus de Elis y era de profesión cocinero. Debió ser un tipo bien papiado… No queda, empero, registro del tiempo que utilizó, aunque seguramente sí debió respirar unas cuantas veces mientras corría. No era Hércules…
Otras pruebas atléticas fueron apareciendo con el tiempo, durante los mil años que duró esta primera época de los Juegos Olímpicos. En el año 708 E.A. se incluyeron la lucha y el pantathlon, en el 688 el pugilismo, y en el 680 la carrera de cuadrigas, unos pequeños coches de madera tirados por cuatro caballos. Quien haya visto la película Ben Hur, con Charlton Heston, sabrá de qué se trata. Las últimas versiones de aquellos juegos llegaron a constar de veintitrés pruebas diferentes. Sin embargo, el fútbol era desconocido para entonces. Aunque parezca increíble, aún no nacía Alberto Spencer…
En asunto de premios la cosa era también muy diferente a hoy, cuando los deportistas de todo el mundo han entrado de lleno en el profesionalismo capitalista, pues también existía el profesionalismo socialista en el que los atletas eran patrocinados por el Estado, no por Coca Cola o Adidas. El premio a los primeros vencedores fue una manzana, como homenaje a la naturaleza y a la fertilidad, aunque con el tiempo se incluyó también una corona de olivo –no de laurel– en la cabeza del triunfador. Las manzanas fueron reemplazadas por medallas a partir de los Juegos Olímpicos de Atenas, y el verde del olivo por el verde del dólar en tiempos más recientes. El progreso que dicen…

Aparece otro francés y llegamos a Atenas
Al finalizar el siglo pasado, Pierre de Fredi, Barón de Coubertín, buen deportista y procedente de una aristocrática y muy católica familia normanda, regresa a Francia después de unos años de estudio en Inglaterra, donde había tomado tanto gusto por las humanidades y la cultura helénica que decidió abandonar la carrera militar para dedicarse a estudios más interesantes aunque menos heroicos. Y se le ocurrió reiniciar los antiguos Juegos Olímpicos que el Cristianismo había abolido 1572 años atrás.
Empecinado, tocó todas las puertas posibles hasta que encontró eco en la Unión de Sociedades Atléticas de París, que aprobó el proyecto y señaló el reinicio de los Juegos Olímpicos en 1900, obviamente en París. Pero el Barón de Coubertín, aunque francés, resolvió que el honor de la reanudación de la antiquísima competencia debería corresponder a Atenas, y logró que se programara para 1896, manteniendo la idea de los segundos Juegos en París en 1900.
El 6 de abril de 1896, el rey Jorge I de Grecia inauguraba los Primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna. De los 34 países que habían prometido asistir, solamente lo hicieron trece: Alemania, Austria, Australia, Bulgaria, Chile, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Hungría, Suecia, Suiza y Grecia, el anfitrión, cuya nómina de deportistas fue también la mayor: 180 de un total de 285 participantes.

La lista de deportes también fue corta. Se realizaron 43 pruebas en 9 deportes: atletismo, halterofilia, natación, ciclismo, gimnasia, tiro, lucha, tenis y esgrima.
Y si bien el honor griego quedó a salvo con la victoria de Spiridon Louis en la maratón, la prueba que era su mayor orgullo, el lanzamiento del disco, quedó en manos de Robert Garret, un fornido competidor norteamericano que fue uno de los que dieron el triunfo colectivo a los Estados Unidos, que se llevó nueve de las doce competencias atléticas (pista y campo).
James B. Connolly
El primer ganador fue James B. Connolly, un estudiante de Harvard que viajó a Atenas sin permiso de la Universidad y quien se llevó la medalla de oro en el salto triple. Su triunfo le valió no solo el perdón de las autoridades universitarias, sino el título de Doctor Honoris Causa. Años después llegó a ser un reputado periodista, ganador del Premio Pulitzer.

El 15 de abril de 1896, se clausuraron los Juegos Olímpicos de Atenas. Entre aquéllos y los juegos de Atlanta de 2012, se han celebrado en diferentes ciudades otros veinticinco, con incidencias, marcas, muertos, boicots, política y dinero, todo lo cual será ser motivo de otras crónicas antes de que se inicien los vigésimo octavos JJOO en Río de Janeiro, en agosto 5 de 2016.





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