PRESENTACIÓN
La historia ya larga de casi tres mil
años, de los Juegos Olímpicos, es abundosa en hechos hazañosos y trágicos,
audaces y tímidos, transparentes y turbios, que bien merece un recuento de los
acontecimientos que se inician en año 776 de la Era Antigua, se suspenden por
decisión de Teodosio I en el año 393, y se reanudan en 1896 por iniciativa del
noble francés Pierre Frèdy, Barón de Coubertin, quien funda en 1894 el Comité
Olímpico Internacional, y propone reanudar los Juegos Olímpicos 2672 años
después de haberse iniciado en Olimpia, Grecia, y a 2289 años de su cristiana
eliminación.
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Barón de Coubertin |
Es a esa historia de 120 años a hoy, y
a sus numerosos avatares, a la que dedicaremos durante las siguientes 33
semanas, un capítulo que corresponderá, cada uno, a los 27 juegos efectivamente
realizados, a los 3 suspendidos, a los juegos intermedios de 1906, y al
recuento de las hazañas, las tragedias y los fraudes que en estos ciento veinte
años ha hecho posibles la actividad deportiva más antigua y más famosa del
mundo.
Bienvenidos los lectores a este repaso de una
actividad que cada 4 años, tiempo que los antiguos griegos denominaron
Olimpíada, concita el interés de al menos 3 mil millones de personas en todo el
Planeta. Tanto como, para equiparar no para comparar, el Campeonato Mundial de
Fútbol, también con sus héroes y sus villanos.
Olimpíadas: mucho más que sudor y medallas
En el año 490 de la Era Antigua., los griegos –atenienses– al mando
del General Milcíades, derrotaron al invasor persa Darío en la llanura de
Marathon, cerca de Atenas. Al terminar la batalla un soldado de nombre
Filípides (como cualquier manabita) corrió hacia Atenas a dar la buena nueva.
La distancia era de 42 kilómetros 193 metros exactamente, y el buen Filípides,
que seguramente era mejor soldado que atleta, llegó a justo a tiempo para
exclamar: "Alegráos, hemos vencido", y cayó muerto por el esfuerzo.
No alcanzó ni a recibir una medalla. Tampoco se supo el tiempo que tardó en
recorrer la distancia pues no existía Omega, la marca suiza de relojes que
cronometra los tiempos en las Olimpíadas. En realidad, ni siquiera existía
Suiza.
Olimpíadas: mucho más que sudor y medallas
Los Juegos Olímpicos
que se llevaron a cabo en Atlanta (EE.UU.) en 2012, fueron la vigésimo séptima
edición de la segunda época de una justa deportiva que nació en la antigua
Grecia, se mantuvo mil años, y desapareció hasta hace una centuria. Esta es la
crónica de esa primera época hasta su centenario reinicio en 1896.
De Marathon a la Maratón

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Spiridon Louis |
En memoria del esforzado Filípides, un estudiante francés de
filología, Michel Breal, aficionado a la mitología griega, ofreció con ocasión
de los Primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, celebrados en Atenas en
1896, una copa de plata al primer atleta que lograra cubrir la distancia entre
Marathon y Atenas. El millonario griego Georgios Averloff, mecenas de estos
primeros juegos, no quiso ser menos que el estudiante galo y ofreció al ganador
un millón de dracmas, un vaso antiguo y… la mano de su única hija.
Veinticinco fueron los participantes en esta primera maratón, entre
ellos doce griegos que se habían preparado a fondo para hacer respetar el
orgullo de los antiguos atletas helenos. La carrera era la última competencia,
y Grecia no había alcanzado aún ninguna medalla. Para colmo, la prueba empezó a
ser dominada por el australiano Flack, el francés Lermusiaux y el americano
Blacke. Casi finalizaba con Blacke al frente y ni un griego a la vista, cuando
el sol abrasador del verano fundió al gringo como lo había hecho ya con el
francés y el australiano. Y apareció Spiridon Louis, un mostachudo campesino
vendedor de agua en Atenas, quien se alzó con la victoria que incluía, como
sabemos –además de una corona de laurel–, la copa de plata del inventor Breal,
y el vaso griego, el millón de dracmas y la hija del millonario Averloff. Y una
página en la historia. Sin embargo, parece que al vencedor se le olvidó
reclamar la guambra heredera pues el estado griego, agradecido por el honor
conquistado por su héroe olímpico, hubo de velar por su existencia hasta el día
de su muerte, en los años cuarenta.
Un origen remoto y mítico
Pero los Juegos Olímpicos tampoco empezaron con el corajudo Filípides
quien, como vimos, nada tuvo que ver en el asunto. Su gesta fue más patriótica
que deportiva. El asunto se remonta a los habitantes del monte Olimpo. Según el
historiador Pausanias, los instituyó Hércules en aquellos tiempos cuando los
dioses solían dejarse ver de los mortales, hacer travesuras, tener hijos con
las terrestres y originar mitos.
La leyenda dio el motivo. En el año 884 E.A., la ciudad de Olimpia era
dominada por Ifito, rey de los Eolos, en Esparta gobernaba con sabiduría
Licurgo, y el resto de Grecia pertenecía a Cleóstenes, rey de Pisa. Los tres,
como es vieja costumbre de la humanidad, estaban en guerra. Pero, al contrario
de los estadistas modernos, decidieron firmar un armisticio y decretar una
tregua durante la cual se llevarían a cabo unas pruebas atléticas en Olimpia,
declarada para el efecto ciudad abierta. A sus puertas todo el mundo debería
dejar las armas –y los atletas la ropa– y limitarse a competir deportivamente
en algunos eventos que incluían carreras a pie, lucha y boxeo. Sin guantes,
claro está.
Ruinas de Olimpia |
Sin embargo, no fue sino hasta el año 776 E.A., cuando los juegos
tomaron la forma que hoy se conoce, y empezaron a realizarse cada cuatro años.
Tan estrictamente que desde el 490 E.A., los griegos contaron el tiempo en
Olimpíadas. A comienzos de la Era Moderna y cuando los romanos dominaban
Grecia, Lucio Cornelio Sila saqueó a Olimpia y se llevó a Roma la 175a. edición
de los Juegos. Pero el Cristianismo, que era ya la religión del Imperio, no
aceptó costumbre tan pagana –era un horror: ¡los atletas corrían desnudos!– y
los abolió en el año 324. Años más tarde, en 393, Teodosio I el Grande celebró
su bautismo e incorporación al
Cristianismo con un decreto que prohibía definitivamente los Juegos. Y para que
no hubiese dudas al respecto, Teodosio II y Honorio, los dos Césares que se
habían repartido el ya decadente Imperio, destruyeron a Olimpia en el año 426.
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Teodosio I |
Tendrían que pasar 1.470 años desde entonces para que el mundo pudiera
asistir de nuevo a las competencias deportivas que, en su versión primigenia,
obligaban a suspender guerras, batallas y enojos entre pueblos y naciones, para
que pudieran tener lugar en paz. Hoy no es así. Al contrario, los Juegos
Olímpicos de la Era Moderna deben suspenderse para que otros hombres,
supuestamente más civilizados que los antiguos, puedan matarse entre sí con lo
que encuentren. Tal ocurrió con los juegos de 1916 a causa de la Primera Guerra
Mundial, y con los de 1940 y 1944 debido a la Segunda. Nuestra muy cristiana
civilización prefiere la sangre con ropa en lugar del sudor al desnudo. Pero
esa es otra historia, así que volvamos a los orígenes.
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Requisitos y el primer ganador
No todo el mundo podía competir en los antiguos Juegos Olímpicos.
Entre varios requisitos había cinco impajaritables: ser griego, no ser esclavo,
ser hijo legítimo, no estar deshonrado, y haber entrenado durante los últimos
diez meses (ahora esto se puede suplir con algunos esteroides…). ¡Ah!, y ser
hombre. A las mujeres ni siquiera se les permitía ingresar a Olimpia durante
los juegos, pero sí se les encomendaba encender la llama olímpica, misión
exclusiva de las sacerdotisas. Pero que, luego de encender la tea, desaparecían
del escenario.
En el mencionado año 776 E.A., los Juegos constaban de apenas una
prueba que consistía en una vuelta al estadio, que medía 192,3 metros. La
distancia tiene dos posibles orígenes, ambos míticos: unos dicen que era la
medida de 600 huellas de Hércules, lo cual indica que el semidios griego tenía
un pie de 32 centímetros a pesar de que, según Pitágoras, medía solamente 1.72
de estatura. Más o menos como el promedio de la nueva generación de guambras
latinos. Otra versión también refiere a Hércules y dice que la distancia del
estadio era lo que el héroe alcanzaba a correr sin respirar.
La carrera permaneció como competencia única durante varias
olimpíadas, hasta cuando, en la décimo tercera edición, se incluyó el diádulo, dos estadios, 384,6 metros. A
partir de la décimo cuarta edición se empezaron a correr pruebas de fondo, en
las que sobresalía la de 20 estadios, o sea 3.846 metros. Rolando Vera hubiera
ganado sobrado…
También hay noticias del atleta ganador en la primera olimpíada. Se
llamaba Coroebus de Elis y era de profesión cocinero. Debió ser un tipo bien
papiado… No queda, empero, registro del tiempo que utilizó, aunque seguramente
sí debió respirar unas cuantas veces mientras corría. No era Hércules…
Otras pruebas atléticas fueron apareciendo con el tiempo, durante los
mil años que duró esta primera época de los Juegos Olímpicos. En el año 708 E.A.
se incluyeron la lucha y el pantathlon, en el 688 el pugilismo, y en el 680 la
carrera de cuadrigas, unos pequeños coches de madera tirados por cuatro
caballos. Quien haya visto la película Ben Hur, con Charlton Heston, sabrá de
qué se trata. Las últimas versiones de aquellos juegos llegaron a constar de
veintitrés pruebas diferentes. Sin embargo, el fútbol era desconocido para
entonces. Aunque parezca increíble, aún no nacía Alberto Spencer…
En asunto de premios la cosa era también muy diferente a hoy, cuando
los deportistas de todo el mundo han entrado de lleno en el profesionalismo
capitalista, pues también existía el profesionalismo socialista en el que los
atletas eran patrocinados por el Estado, no por Coca Cola o Adidas. El premio a
los primeros vencedores fue una manzana, como homenaje a la naturaleza y a la
fertilidad, aunque con el tiempo se incluyó también una corona de olivo –no de
laurel– en la cabeza del triunfador. Las manzanas fueron reemplazadas por
medallas a partir de los Juegos Olímpicos de Atenas, y el verde del olivo por
el verde del dólar en tiempos más recientes. El progreso que dicen…
Aparece otro francés y llegamos a Atenas
Al finalizar el siglo pasado, Pierre de Fredi, Barón de Coubertín,
buen deportista y procedente de una aristocrática y muy católica familia
normanda, regresa a Francia después de unos años de estudio en Inglaterra,
donde había tomado tanto gusto por las humanidades y la cultura helénica que
decidió abandonar la carrera militar para dedicarse a estudios más interesantes
aunque menos heroicos. Y se le ocurrió reiniciar los antiguos Juegos Olímpicos
que el Cristianismo había abolido 1572 años atrás.
Empecinado, tocó todas las puertas posibles hasta que encontró eco en
la Unión de Sociedades Atléticas de París, que aprobó el proyecto y señaló el
reinicio de los Juegos Olímpicos en 1900, obviamente en París. Pero el Barón de
Coubertín, aunque francés, resolvió que el honor de la reanudación de la
antiquísima competencia debería corresponder a Atenas, y logró que se
programara para 1896, manteniendo la idea de los segundos Juegos en París en
1900.
El 6 de abril de 1896, el rey Jorge I de Grecia inauguraba los
Primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna. De los 34 países que habían
prometido asistir, solamente lo hicieron trece: Alemania, Austria, Australia,
Bulgaria, Chile, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Hungría,
Suecia, Suiza y Grecia, el anfitrión, cuya nómina de deportistas fue también la
mayor: 180 de un total de 285 participantes.
La lista de deportes también fue corta. Se realizaron 43 pruebas en 9
deportes: atletismo, halterofilia, natación, ciclismo, gimnasia, tiro, lucha,
tenis y esgrima.
Y si bien el honor griego quedó a salvo con la victoria de Spiridon
Louis en la maratón, la prueba que era su mayor orgullo, el lanzamiento del
disco, quedó en manos de Robert Garret, un fornido competidor norteamericano
que fue uno de los que dieron el triunfo colectivo a los Estados Unidos, que se
llevó nueve de las doce competencias atléticas (pista y campo).
James B. Connolly |
El primer ganador fue James B. Connolly, un estudiante de Harvard que
viajó a Atenas sin permiso de la Universidad y quien se llevó la medalla de oro
en el salto triple. Su triunfo le valió no solo el perdón de las autoridades
universitarias, sino el título de Doctor
Honoris Causa. Años después llegó a ser un reputado periodista, ganador del
Premio Pulitzer.
El 15 de abril de 1896, se clausuraron los Juegos Olímpicos de Atenas.
Entre aquéllos y los juegos de Atlanta de 2012, se han
celebrado en diferentes ciudades otros veinticinco, con incidencias, marcas,
muertos, boicots, política y dinero, todo lo cual será ser motivo de otras
crónicas antes de que se inicien los vigésimo octavos JJOO en Río de Janeiro, en
agosto 5 de 2016.
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